Del referéndum prometido por el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, a la votación celebrada ayer hay un largo trecho. Poco o nada de lo previsto en la ley aprobada de forma traumática el 6 de septiembre en el Parlamento de Cataluña, suspendida por el Tribunal Constitucional, se ha cumplido. Ni censo, ni tarjetas censales, ni mesas constituidas oficialmente, ni sindicatura electoral… Pero muchos fallos informáticos en el momento de producirse la votación. El rigor jurídico exigido ha brillado por su ausencia.

El referéndum ha mutado este domingo en movilización y, de hecho, esa era precisamente la estrategia buscada por el Govern: demostrar que ejercer el derecho a la autodeterminación ya no era cosa de leyes o de instituciones, sino de la ciudadanía. La imagen de ancianos y adultos acompañados de sus hijos, haciendo cola durante varias horas bajo la lluvia, era incontestable desde el punto de vista mediático.

Activismo pacifista

Una movilización exitosa y divertida, en la línea del activismo de la ANC y la CUP más que de CDC (actual PDeCAT) o ERC, que ha sido enmarcada finalmente por el empleo de la fuerza por parte de la Guardia Civil y la Policía Nacional ante la inhibición de los Mossos d'Esquadra.

Este enfoque, potente a efectos de proyección internacional y de autoafirmación electoral, ha sido compartido, aunque por diferentes razones, por otros líderes catalanes. La alcaldesa de Barcelona y líder de los comunes, Ada Colau, ya auguró que el 1-O sería una movilización ciudadana. Bregada en ese tipo de agitaciones, Colau soslayaba así dar legitimidad a un referéndum rechazado por sus bases, pero que ella avaló acudiendo a votar tras meses de equidistancia y vaivenes independentistas.

Un simulacro

Por su parte, el primer secretario del PSC, Miquel Iceta, también habló de movilización, aunque en su caso para restar solemnidad a un referéndum resultante de un proceso parlamentario marcado por las trampas procedimentales de los independentistas. Este domingo hablaba de “simulacro”, término utilizado también por PP y Ciudadanos de forma peyorativa.

“Referéndum o referéndum”, prometió Puigdemont hace un año para convencer a la CUP y salvar la cuestión de confianza a la que él mismo se sometió. La celebración de ayer dista mucho de serlo. Ni siquiera puede equipararse a la consulta del 9 de noviembre de 2014, que sí tuvo una pátina de oficialidad.