El comité federal del PSOE ha demostrado que Ferraz tiene muchas puertas traseras. Ideológicas y físicas. Se impuso la abstención en la investidura de Mariano Rajoy, pero la vencedora de esa pugna, Susana Díaz, logró escabullirse de la nube de cámaras que rodeaba la sede del partido. También esquivó las referencias a esa abstención que da la presidencia al líder del PP por la que tanto ha trabajado, y solo habló de la necesidad de evitar unas terceras elecciones.
Evitar el protagonismo produjo el efecto contrario. Díaz y su pulso con el socialismo vasco y catalán estuvo más presente que nunca. Días antes había marcado posiciones mucho más explícitamente contra quienes coquetean con el independentismo. Un discurso que podría haber pronunciado una formación como Ciudadanos, con la que, por cierto, gobierna en Andalucía porque también en esta comunidad, el PSOE ha perdido fuelle. O que le aproxima a otras federaciones como la extremeña o la aragonesa.
Pluralidad interna le llaman algunos. Pero también es un golpe al federalismo que el propio partido defiende como fórmula para España y que no sirve ni para equilibrar los diferentes intereses de las organizaciones territoriales de los socialistas. Quienes han ganado el choque han dejado al partido sin líder y sin proyecto, y además insinúan amenazas contra los que no acaten el cambio de criterio del comité federal.
Legitimidades
En efecto, Díaz intenta sacar provecho de esas diferencias territoriales con vistas a la nueva batalla que se avecina, la del liderazgo que dejó vacante Pedro Sánchez con su dimisión tras aquel cónclave mucho más traumático y teatral que el de ayer, en el que también se impuso la abstención en la investidura de Rajoy.
A través de Twitter, Sánchez apeló ayer a la militancia, pues el hecho de que ésta no se haya pronunciado es el resquicio de legitimidad que le queda a este dirigente que siempre defendió el “no” a Rajoy. También lo hizo la ejecutiva socialista, pero antes de que las repetidas elecciones generales apuntalaran el declive del PSOE. Un declive que, según las últimas encuestas, se ha acentuado con la marcha de Sánchez y azuza el fantasma del sorpasso de Podemos. El partido tiene pendiente la celebración de un congreso para medir fuerzas entre los defensores de Sánchez, Díaz o de una tercera vía --¿Eduardo Madina, Patxi López, Ángel Gabilondo?--, pero todavía no hay fecha.
Fiel a ese “no” a Rajoy se han mantenido los socialistas catalanes y vascos en bloque, pero también otros dirigentes de Castilla y León, Castilla-La Mancha, La Rioja o Baleares. La misma gestora de Galicia ha puesto pegas a la decisión del comité federal.
Disciplina de voto
El tiempo dirá si las relaciones entre las diferentes federaciones del PSOE siguen gozando de esa mala salud de hierro que le ha permitido sobrevivir durante casi 40 años o si, finalmente, se revisan los protocolos. Aunque, en el caso del PSC, no es la primera vez que hay indisciplina de voto.
En 2013, 14 diputados del PSC en el Congreso fueron multados con 600 euros por votar diferente al resto de sus compañeros y apoyar las propuestas de CiU e ICV sobre una consulta soberanista legal y pactada. A consecuencia de ello, el veterano José Zaragoza dimitió como secretario general adjunto del grupo parlamentario. Pero la sangre no llegó al río y no hubo escisión del PSC, si bien es cierto que la demanda de un grupo propio ha sido recurrente a lo largo de estos años, especialmente por parte del sector soberanista que representaba Pasqual Maragall. El martes, los socialistas catalanes convocarán a las bases para confirmar su decisión de votar "no" al líder del PP.
Pero ni PSOE ni PSC conciben una ruptura, que conllevaría el paso de los socialistas catalanes al Grupo Mixto, esto es, compartir bancada con los independentistas de CDC que tanto critica Susana Díaz. Electoralmente, el PSOE no se puede permitir ese cisma, pero los cierto es que la crisis socialista ha puesto al descubierto que los intereses de las poderosas federaciones parecen incompatibles y que el partido carece de un liderazgo capaz de aglutinarlos bajo un gobierno de federalismo asimétrico como defendía el mismo Maragall.