Política

La paradoja Podemos: el 'dret a decidir' frente al derecho a decidir

La irrupción del partido de Pablo Iglesias ha sacudido al mundo nacionalista. Es una tercera vía inesperada que socava la teórica mayoría social soberanista y cuestiona el modelo catalán del PP y del PSOE.

4 enero, 2015 11:49

Según pasan los días se aleja la posibilidad de un adelanto electoral, lo que no significa en absoluto que se pueda descartar el anticipo de las autonómicas. Todo lo contrario. Esto es Cataluña, sopla la tramontana y el público es veleidoso. Y tres años después del comienzo del proceso independentista no se ha resuelto la pregunta de fondo: ¿Hay o no hay una mayoría soberanista?

La presencia del movimiento separatista en la calle es absoluta, incontestable. Todas sus convocatorias son un éxito, el sistema mediático en Cataluña sopla a su favor y los recursos públicos están a la entera disposición de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), de Òmnium, la AMI (los ayuntamientos por la República catalana), el CATN, el CAC, el Conca y L'esbart boletaire. La estelada es omnipresente y en algunas zonas de Cataluña los domicilios señalados son aquellos que no lucen el pendón independentista.

En el Parlamento autonómico, las fuerzas soberanistas forman una clara mayoría. De las cifras que aportan la Generalidad y sus entidades adheridas cabría deducir que la cuestión está al cincuenta por ciento y oscila según los climas emocionales de la política. En cambio, los sondeos del CEO, el CIS y los periódicos rebajan el apoyo a la independencia en torno al cuaremta por ciento cuando se plantea directamente la pregunta.

La cábala demoscópica es una disciplina tan compleja como la computación pero más próxima a las técnicas del viejo zahorí que a las del orden binario. En la confección e interpretación de los sondeos confluyen deseos y realidad, por lo que se da la paradoja de que una cosa que se basa en las matemáticas acostumbra a advertir al final y como en las cajetillas de tabaco de márgenes de error que en algunos casos alcanzan los cinco puntos. Por otra parte, es fácil suponer que nadie paga una encuesta para que diga lo contrario de lo que le conviene.

La polarización favorece al secesionismo, que no es una fuerza emergente sino instalada en el poder. A pesar de tener menos siglas para elegir, el voto contrario a la independencia es más disperso, fluctúa entre Ciudadanos, el PP y una parte del PSC que a duras penas sobrevive a la fuga de dirigentes hacia al soberanismo. La novedad es que la aparición de Podemos en Cataluña ha destartalado algunas de las certezas acumuladas durante los tres años de proceso mediático. Ahora resulta que hay una amplio espacio, una tercera vía, un importante sector de la población electoral que cuestiona el independentismo desde una izquierda entre pura, purista y radical y al tiempo está en contra del PP y del PSOE, también de CiU, del viejo orden.

Hay muchas zonas de sombra en Podemos, desde las sospechas de pucherazo en la elección de sus dirigentes territoriales hasta su cercanía a Bildu o su indefinición respecto a la cuestión catalana. Los podemistas tienen una agenda al margen del proceso. Son partidarios del derecho a decidir, pero a decidir todo, que es la parte de su mensaje que ha sacudido al independentismo. Marc Bertomeu, el hombre de Iglesias en Cataluña, lo expresa a la perfección al decir que votó 'sí-no' en el referéndum del 9N.

En los mítines de Podemos, unos figurantes elevan unas letras que forman el eslogan "su odio es nuestra sonrisa". Algo más elaborado sería decir que el fracaso del PP y del PSOE, incluido el contencioso procesal, es el hueco por donde se cuela la curiosa teoría de que muchos independentistas preferirían una España mandada por Iglesias que una república catalana con Mas, Junqueras, Forcadell y compañía.

Si en el resto del España el problema del PP y del PSOE es la mezcla de crisis y corrupción, en Cataluña habría sido entrar al trapo dialéctico del soberanismo en vez de apelar a la corrupción nacionalista y al desgobierno de la Generalidad. La concurrencia de Ciudadanos agudiza los temores del PP catalán y la crisis de identidad del PSC. Sin embargo, el voto antinacionalista crece inopinadamente por la vía de Podemos, una carambola parecida a la doble pregunta que se le ocurrió a Mas para el 9N: ¿Es partidario de que Cataluña sea independiente? y ¿se pueden tener cuentas ocultas en Andorra? La ventaja es que se puede responder a la segunda pregunta aunque se diga que no a la primera. Y eso es lo que no aceptan los nacionalistas. Curioso, ¿no?

Los inconvenientes del voto de castigo están relacionados con la ausencia de programa, que es uno de los signos de identidad de Podemos y lo que le convierte en una fuerza transversal. Podemos es lo que cada uno quiere que sea, desde un partido antidesahucios a un partido moral, de federalista a jacobino, el partido de los que creen que su éxito es "nuestra" venganza. Da para todo a base de no dar ninguna pista fiable sobre su morfología. El ejercicio del voto de castigo puede resultar altamente satisfactorio pero es un palo de ciego o un tiro en el pie, especialidades del cuerpo electoral, aquí y allí. No hay más que recorrer las galerías presidenciales del Gobierno y de las autonomías para comprobar a qué clase de personajes hemos llegado a votar sin reparos ni prejuicios, haciendo verdaderos alardes de responsabilidad, según se decía.

Posdata: "Los de casa" la han liado en el Twitter, que acumula pérdidas mientras crece, al parecer, en influencia. A este respecto resulta de obligada referencia la pieza publicada en CRÓNICA GLOBAL.