Pedro J. Ramírez, ex director de El Mundo, en un artículo publicado este domingo:

"[...] La burda manipulación de la Historia a la que catalanes y españoles todos estamos siendo sometidos con dinero público y desde instituciones públicas ha engendrado una doble paradoja con ribetes grotescos. Por un lado vemos esgrimir ese añejo estandarte de Santa Eulalia como bandera separatista frente a un Estado de las Autonomías que, por desgracia, se parece bastante en su concepción compartimentada, onerosa y disfuncional a la España que prometía conservar aquel príncipe al que tantos barceloneses consideraron su Rey, antes y después de que les dejara en la estacada por el trono imperial de Viena.

Por otra parte, y esto es lo que clama al cielo de la verdad histórica, asistimos a la invención de un itinerario victimista de tres siglos de subyugación y encadenamiento a partir de decisiones que, al margen de cuál fuera su motivación y efecto inmediato en el orgullo de los catalanes, constituyeron enseguida la palanca de su prosperidad y despegue relativo del resto de España. El tan detestado Decreto de Nueva Planta y las normas unificadoras subsiguientes abrieron en la práctica el resto de la Península y el continente americano a los productos catalanes, rompiendo así el monopolio de Castilla justo cuando el centro de gravedad del mundo occidental se había desplazado del Mediterráneo al Atlántico.

Esa imaginaria derrota frente a España permitió el 'desescombro del viejo régimen', 'libró a los catalanes de las paralizadoras trabas' y -atención, todo esto lo dice Jaume Vicens Vives- les permitió acceder a 'una concepción europea de la vida'. Por eso alega Julián Marías -es de justicia citarlo en su centenario- que 'en Europa está España y dentro de ella Cataluña'. Ni la señora Merkel, ni Hollande, ni mucho menos Manuel Valls podrían percibirlo de otra manera. En realidad 'nada hay más anticatalán -prosigue el discípulo de Ortega- que el intento de despojar a Cataluña de sus raíces' [...]".