Victoria Camps, filósofa y profesora emérita de la UAB, en un artículo publicado este martes en El País:
"[...] La independencia [de Cataluña] es de "interés general" para quienes lo han convertido en su causa, un interés de mucho menos calado que el de los dos ejemplos recién citados [la abolición de la esclavitud y el sufragio femenino], pero un interés de envergadura que, sin embargo, se está queriendo resolver en menos de lo que dura un período electoral. Nada menos que crear un país nuevo. Tanto en Escocia como en Quebec ha habido pactos con los gobiernos respectivos sobre la forma de abordar el referéndum dentro de la legalidad. En Cataluña, por el contrario, las decisiones se toman unilateralmente: es más rápido y hay que responder a coyunturas concretas. Aunque todo el mundo sabe que un proceso de secesión requeriría una negociación larga, esta cuestión queda pospuesta porque lo inminente es ir quemando etapas: la pregunta, la fecha de la consulta, la petición al Congreso, una ley de consultas propia.
"Què hem de fer si no ens deixen votar?", es el lamento demagógico con el que el Gobierno de la Generalidad justifica su estrategia. ¿No nos dejan? ¿Quién debe hacerlo? La democracia no es otra cosa que el imperio de la ley, esto es, un procedimiento para ir dotándonos de leyes y adaptándolas a las necesidades de cada época. Como cualquier procedimiento, requiere tiempo y, sobre todo, voluntad de acuerdo. Pero el bloque independentista se cansa pronto, tira la toalla y decide que todas las vías están agotadas, que nada es posible salvo la ruptura. ¿Es imposible o exige un esfuerzo demasiado largo para las previsiones electoralistas? Sorprende que quienes auguran un futuro posible a la opción independentista tachen de imposible una negociación que evite la ruptura. Es cierto que la otra parte ha levantado un muro impenetrable. El inmovilismo del Gobierno central no es más democrático que las prisas del gobierno catalán. Sea como sea, en ambos casos, lo que se evita es el debate y el razonamiento. Si hay algo que niega la esencia de la política democrática es el sentimiento de impotencia para deliberar. Y esa es la actitud en la que convergen tanto el que adopta posiciones unilaterales como el que se niega a considerar la posición del adversario.
Todo se puede cambiar, pero no de cualquier manera. Las decisiones rápidas o se refieren a asuntos triviales o son dudosamente democráticas. Discutirlo todo con todos implica paciencia e imaginación, especialmente cuando quien tiene el poder para interpretar la norma o buscar otra salida se niega a escuchar y a tomar parte activa en el asunto. Unos se niegan a hablar y los otros sólo buscan atajos para adaptar la legalidad a sus intereses. Ninguna de las dos posiciones está pensando en el interés general que sólo se perfila cuando las partes en conflicto están dispuestas a hacer concesiones mutuas. No es lo que el bloque catalanista espera del presidente Mas. Pero en la capacidad de sustraerse a presiones populistas es donde se detecta la existencia de un líder".