Cada vez son más las voces que denuncian la existencia de miedo a expresar sus opiniones por parte de los no independentistas en Cataluña a causa del intenso clima de presión social generado por el nacionalismo en todos los ámbitos.

Si hace unas semanas era el profesor de Sociología de la Universidad de Zaragoza Pau Marí-Klose quien lo advertía, y en septiembre pasado el presidente del Consejo Editorial de CRÓNICA GLOBAL, Francesc Moreno, hacía lo propio, este lunes es el profesor de Derecho Constitucional Francesc de Carreras quien incide en ese argumento desde las páginas de El País.

"En Cataluña, durante más de treinta años, ha habido y hay miedo a la soledad y a la exclusión. Miedo en las personas, en los grupos y en los partidos políticos. Miedo en la sociedad. El nacionalismo ha dominado la escena y ha excluido, cuidando de que no se notase, las voces críticas", asegura De Carreras.

Una situación que lleva a que "los callados, para autojustificarse, se van pasando al independentismo que creen está a punto de triunfar". "Es la espiral del silencio", concluye.

Esta realidad ya se ve reflejada en algunas encuestas, como la realizada en octubre pasado por El Periódico, en la que un 28,7% de los que decían no ser independentistas reconocían no sentirse "cómodos" para "expresar libremente las ideas sobre el tema nacional". Esa cifra, en cambio, se reducía al 10,6% entre los independentistas.

"Pedagogía del odio"

De Carreras hace un repaso a cuál ha sido el origen de la situación actual: "En el trasfondo de todo, encontramos las viejas ideas del nacionalismo de siempre: la identidad colectiva de Cataluña -debida a sus hechos diferenciales por razón de lengua, historia, cultura y derecho civil- la configura como una nación y, de acuerdo con el principio de las nacionalidades según el cual a toda nación le corresponde un Estado, Cataluña tiene derecho a separarse de España para constituirse su propio Estado".

Y señala que todo responde a un plan que viene de lejos. "A fines de los años 70, ya en época democrática, los militantes de CiU coreaban en las manifestaciones a favor del Estatuto de Autonomía el siguiente lema: 'Avui paciència, demà independència'. La paciencia -la etapa autonómica'- debía aprovecharse para edificar lo cimientos del mañana, de la independencia", recuerda el profesor universitario.

A partir de ahí, el nacionalismo -desde la escuela, los medios de comunicación, las instituciones de la sociedad civil y los partidos- se ha dedicado a implementar lo que denomina "pedagogía del odio", basada en manipulaciones, para ampliar el número de partidarios de la independencia:

"Se ha partido del lema 'el Estatuto de 1979 ya no nos sirve' para llegar al 'España no nos sirve', pasando por 'en la Transición nos equivocamos al ceder demasiado', 'la Constitución se hizo bajo presión del franquismo', 'el TC es un órgano político y no jurisdiccional', 'con los impuestos que pagamos los catalanes vive media España', 'la situación de la lengua catalana está peor que nunca', 'España es un Estado centralista'".

"Superar el miedo y empezar a hablar"

Así se ha llegado a esta "espiral del silencio", consistente en que "un punto de vista llega a dominar la escena pública cuando los demás -aunque en el punto de partida fueran mayoritarios- enmudecen". "En efecto, ganan aquellos que tienen 'energía, entusiasmo, ganas de expresar y exhibir sus convicciones' y pierden quienes callan. En la naturaleza humana hay una inclinación a formar parte del bando vencedor, nadie quiere quedar aislado. [...] 'Si lo dice la mayoría... es que es verdad'": esta es la consecuencia de la espiral del silencio. La mayoría, naturalmente, está compuesta por quienes hablan, no por quienes callan", añade De Carreras.

Y advierte de que "para que en una sociedad se produzca el fenómeno de la espiral del silencio es preciso que previamente se infunda miedo, que los individuos tengan la percepción de que si se desvían del clima de opinión que se supone mayoritario están amenazados con el aislamiento y la exclusión. Es en ese clima que los individuos cambian de opinión: no tras un proceso en el que han sido convencidos mediante argumentos razonables sino debido a la presión social que amenaza al díscolo con el aislamiento y la expulsión".

De Carreras también alerta de que, "mírese por donde se mire, la salida ya no puede ser buena: será mala o muy mala". Pero insta a que "frente a esta realidad, alguien con autoridad, en Cataluña y en España, debería superar el miedo y empezar a hablar".