Que el PSOE ha salido reforzado de su Conferencia Política es tan evidente como lo es que arrastra desde hace tiempo una profunda crisis. De identidad y de liderazgo. De la primera, de la crisis de identidad, los socialistas pueden empezar a salir si no desaprovechan la dosis de autoestima recuperada este fin de semana y la fuerza de unas propuestas programáticas que suponen un rearme ideológico, un giro a la izquierda, dicen algunos, o un simple retorno a las raíces, sostienen otros. De la crisis de liderazgo, saldrán, se supone, cuando se celebren, dentro de unos meses, las primarias para elegir a la persona que vaya a encarnar la candidatura a la Presidencia del Gobierno. Han salido fortalecidos, sí, pero a los socialistas les falta todavía un largo camino para recuperar la confianza de los ciudadanos desengañados que les arrojaron a la oposición en 2011.
Aquejado de una crisis de liderazgo el propio secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, hizo, sin embargo, el domingo el mejor y más apasionado discurso que se le ha oído desde que le ganó a Carme Chacón, por un puñado de votos, en el congreso de febrero de 2012. Sorprende, porque es ahora cuando inicia -se supone- el camino de vuelta, ahora que no parece probable que vaya a concurrir como candidato a unas primarias. Ahí, por lo que se ve, estarán otros, Patxi López, Eduardo Madina, Emiliano García Page y la propia Chacón, que se someterán a la decisión de los militantes y de los ciudadanos que quieran participar en esa elección.
El éxito de Rubalcaba estuvo precisamente en lo que dijo. En cómo desgranó el proyecto que acababa de aprobarse en la conferencia, un proyecto potente, distinto, que busca rectificar algunas de las políticas que se aplicaron en los últimos años de gobiernos socialistas: los recortes forzados por Europa en mayo de 2010, pero también aquella reducción de impuestos realizada al calor del dinero barato, cuando para Zapatero bajar impuestos era "de izquierdas". Las 400 páginas de propuestas aprobadas el fin de semana suponen una enmienda a la totalidad de algunas de aquellas políticas, aunque también la ratificación de otras que se refieren a la igualdad y a los derechos civiles.
Vistas las consecuencias de la crisis económica en el empleo, en el aumento de la desigualdad entre ricos y pobres, en el recorte de políticas sociales como la sanidad, la educación, las pensiones, la dependencia... los socialistas plantean ahora propuestas -que tendrán que compartir con sus compañeros europeos- para evitar que se repitan crisis como estas y, sobre todo, para que las consecuencias de la depresión económica no las vuelvan a padecer los que no han participado en su génesis. De ahí, esa reforma fiscal, integral y progresiva, que grave el conjunto de la riqueza de los que más tienen y libere de Hacienda a los que tienen poco, para aumentar la recaudación y favorecer políticas de redistribución de la riqueza. De ahí, la decisión de blindar en la Constitución la protección de la salud y la laicidad para impedir que los gobiernos conservadores puedan modificar derechos que se creían consolidados. Al menos sobre el papel, el PSOE retorna a las políticas socialistas de protección, de redistribución de la riqueza, de justicia social. Ese lenguaje olvidado.
Para cumplir hay que gobernar
Pero aplicarlas exige gobernar y para gobernar los socialistas necesitan reconquistar a los más de cuatro millones y medio de votantes que perdieron en 2011 e incluso a jóvenes que no tuvieron la ocasión de votarle. Por eso, mientras encuentran un líder y tratan de tapar la vía de agua que les produce el PSC, su esfuerzo tendrá que dirigirse a convencer a los ciudadanos de que no son iguales que el PP. Tarea díficil. Porque si algo ha dañado la credibilidad del PSOE fueron aquellos recortes de 2010, nimios comparados con los que ha hecho después el PP pero que han contribuido a extender la idea de que da igual cual de los dos grandes partidos gobierne porque los dos hacen las mismas políticas. Esa frase del 15-M de "PSOE-PP, la misma mierda es", tan jaleada por IU y que tanto éxito ha tenido en las redes sociales. Los socialistas saben que ese es su estigma.
Por eso el auditorio del Palacio de Congresos de Madrid vibró cuando Rubalcaba les dijo: "Tenemos que salir a la calle y decirles a los ciudadanos que no somos iguales, que no puede ser igual el que construye que el que destruye, el que edifica la sanidad pública que el que se la carga". Argumentos tienen y Felipe González les brindó uno nuevo el sábado. En 2007 el PIB español era de un billón cincuenta y tres mil millones -explicó- y en 2012 era de un billón cuarenta y nueve mil millones.
Es decir, que, digan lo que digan el PP, la troika o Merkel, la riqueza española sólo ha caído en 4.000 millones, lo que no justifica los hachazos sociales, ni el empobrecimiento de los más desfavorecidos y de las clases medias. Quiere decir que la riqueza se reparte de otra manera y la brecha entre ricos y pobres se ahonda. Argumentos hay, pero borrar una imagen fijada con la argamasa de errores de gobierno no les resultará fácil.
PSC, Susana Díaz y Asturias
Tampoco les ayuda a mejorar sus expectativas la posición del PSC y su defensa del derecho a decidir, que fuera de Cataluña se entiende con dificultad. Pero el domingo, Rubalcaba logró arrancar una fuerte ovación al PSC y que Pere Navarro saludara al tendido, cuando dijo que "tenemos que reconstruir la relación de Cataluña con el resto de España, sobre la voluntad de seguir viviendo juntos, sobre el mutuo respecto y sobre el afecto mutuo. Y lo vamos a hacer junto con el PSC".
El polvorín catalán sobrevoló la conferencia, pero del problema territorial solo se habló para reiterar la oferta de reforma federal de la Constitución y para reforzar la idea de la necesidad de un proyecto común para España. La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz -que también reforzó la relación entre el PSOE y el PSC frente a declaraciones de grandes ausentes como Alfonso Guerra-, y el presidente del Gobierno del Principado de Asturias, Javier Fernández, fueron quienes más insistieron en eso.
La irrupción de Susana Díaz ha supuesto un soplo de aire fresco, que ha alejado del Gobierno autonómico andaluz el hedor del caso de los ERE. Con su discurso directo y claro, la lideresa andaluza parece dispuesta a mandar mucho en el PSOE. Su federación representa el 25% del partido, y, aunque siempre ha tenido mucha fuerza, nunca ha podido dominarlo si no es pactando con otras federaciones. Así que este fin de semana también ha escenificado la alianza con Rubalcaba, para frenar a los que querían fijar ya la fecha de las primarias, con el PSC y con el presidente autonómico de Asturias. Y con otras federaciones que no salían en la foto. Veáse la valenciana, otra de las importantes.
Si los socialistas son capaces ahora de aunar el discurso, de evitar luchas intestinas y de aprovechar este chute de autoestima, el PSOE regresará con fuerza a la escena política. Se cumplirá la afirmación de Rubalcaba de que "el PSOE habrá vuelto". El tiempo lo dirá.