A sus 90 años cumplidos en junio, Jordi Pujol sorprendió ayer a propios y extraños con la publicación de un artículo titulado Del derecho a decidir y la voluntad de ser en la edición dominical de La Vanguardia. El que fuera presidente de la Generalitat regresa a la palestra autocitándose sobre una conferencia que pronunció en marzo de 2014 y que el diario de Javier Godó reproduce íntegra. Se titulaba De Herder i Renan. I el dret a decidir y se pronunció justo cuatro meses antes de que el político nacionalista confesara públicamente que mantuvo durante años fuertes sumas de dinero en el extranjero por las que no había pagado impuestos en España.

La Barcelona informada se despertó este domingo sobresaltada por el regreso literario y arriesgadamente político del líder nonagenario. ¿Qué significa en el actual contexto la publicación del artículo? Las preguntas se desmenuzaban en otras derivadas: ¿A quién le interesa hoy la opinión de Pujol?, ¿dónde nace la iniciativa de irrumpir en el debate público?, ¿a quién beneficia, a Junts per Catalunya, al PDECat, a él…? y, sobre todo, ¿qué mensaje esconde en las actuales circunstancias una aparición como la de Pujol?

La única cosa clara es que la lectura entre líneas de su texto no ayuda a ERC en el ámbito del nacionalismo. Quizá tampoco le ayudan a él y a la línea de defensa que tanto el viejo dirigente como su familia han mantenido desde 2014 hasta la fecha basada en un bajísimo perfil. El objetivo del enclaustramiento no era otro que evitar que las imputaciones delictivas que pesan sobre ellos adquieran una dimensión diferente a la puramente factual una vez se vean en los tribunales para ser juzgadas.

Pujol tiene una dimensión mesiánica que no desaparece con los años. Sus constantes referencias a conceptos filosóficos de nacionalistas conservadores centroeuropeos le han ayudado a mantener un discurso de superioridad moral durante toda su carrera política. La voluntad de ser, al que apela ahora en un momento de enorme decadencia política, económica y social de Cataluña, es uno de ellos. Quizá resulte el camino menos discutible de su rompecabezas nacionalista para construir la identidad que tanto le ha ocupado y preocupado como dirigente y en la extensión mística de su legado.

Los párrafos de su artículo no dejan lugar a dudas sobre la cantinela nacionalista que encierran: España ha intentado, sin éxito, exterminar “aquello que da sentido y capacidad de proyecto colectivo a una comunidad”. Lo que Francia consiguió, España no ha podido lograrlo con Cataluña, sostiene el expresidente catalán. Cita a Jaume Vicens Vives para recordar que fue el historiador el constructor de ese concepto que describe como voluntad de ser de los pueblos, manteniendo la entelequia de conceptos que se presentan surgidos por generación espontánea sin nadie que los impulse o defienda y que forman parte del acervo de las sociedades.

Alguno de los hijos ha comentado en privado el sumo interés del padre Pujol por seguir teniendo un papel de moderno influencer entre el nacionalismo catalán, hoy disgregado y astillado cual jarrón chino. La estrategia de su defensa legal siempre sostuvo la necesidad de mantener el máximo silencio durante la instrucción del caso y solo expresarse mediante los escritos jurídicos. De hecho, su participación en la comisión de investigación del Parlamento de Cataluña ya dejó algunas perlas que complicaban el trabajo de sus abogados cuando habló de sacudir los árboles y los riesgos de las ramas y los nidos que albergaban.

No, Pujol no vuelve. Su escenario personal y familiar no se lo permite, aunque a sus nueve décadas de existencia quisiera ponerles un corolario de dignidad política. Con su esposa ingresada en un centro sociosanitario y otra parte de sus hijos pendientes de la acción de la justicia, el viejo líder sabe que lo más importante es lo inmediato, el juicio que está por venir en la Audiencia Nacional. Sin embargo, el apego a su nacionalismo histórico, su pulsión espiritual y romántica le impiden mantenerse en una clausura total. Quiere rematar algunas ideas y estimular a los suyos con artículos como el de ayer.

La sorpresa de los pujolistas es que, al final, les cuenta cosas archisabidas: que España nos roba, nos mata y nos desarma…; que la identidad local debe sobrevolar siempre a la globalización de las economías, las ideas y las sociedades…; que Cataluña es un ente con vida, morfología y sentimientos propios. Discurso pujolista en estado químicamente puro, sin adulteraciones, pero quizá sí ya con fecha de caducidad. Y lo que subyace de su paso literario al frente quizá sea el temor inconfesado que le tortura al comprobar como sus seguidores han dado tantos palos de ciego deconstruyendo una parte del edificio ideológico que levantó durante décadas. No hay novedad en su relato, es el Pujol de siempre, el político trilero que supo jugar con más astucia y victimismo que nadie en las procelosas aguas de la España democrática. Pujol no regresa, nunca se fue. Pujol siempre ha estado y seguirá presente en la Cataluña nacionalista por años.