No hay nada irremediable. Y siempre hay unos culpables, unos responsables que lo son más que otros. Los analistas y los medios de comunicación en general se llevan las manos a la cabeza por el triunfo de los populismos, que han agitado las aguas como si estuviera destinado, como si existiera una especie de cansancio por la democracia liberal y todos necesitáramos emociones más fuertes.
Existe una cuestión central y es que se recurre --la izquierda lo suele hacer sin escudriñar realmente a su adversario-- a los temas materiales. Lo que pasa en Andalucía, se dice, obedece a una mala gestión del PSOE, a que no destina políticas sociales, a que deja en la intemperie a demasiados colectivos. Lo que ha ocurrido en Estados Unidos es producto de haber desdeñado a los obreros blancos de feudos postindustriales. Al final, parece como si todo se pudiera arreglar con más presupuesto público.
Es cierto que en España se ha producido un recorte en las partidas sociales, aprovechando la crisis económica, que no se ha recuperado. Lo explica aquí Joaquín Romero. En muchas empresas, ahora, con más trabajo, ya no se ha recuperado a la plantilla anterior. Y los trabajadores van más rápido, se apañan y se resignan, porque el miedo ya se ha instalado en sus vidas. Pero ese no parece ser el factor más relevante. Hay otros que ha potenciado la revolución conservadora, los llamados neocon, desde Estados Unidos, y que en España importó el PP de José María Aznar, como bien analizó José María Lassalle en su libro Contra el populismo. Cartografía de un totalitarismo (Debate).
Lassalle no se escondía y responsabilizaba a su propio partido de haber apostado, con la mayoría absoluta de Aznar, por un discurso duro que parte la sociedad, donde solo hay individuos luchando entre ellos, con el peligro de que acaben con más mal humor de lo necesario, por explicarlo rápido. Se trata de personas que han sucumbido al “sentimentalismo”, que reaccionan ante las emociones, y que, sabiendo cómo se activan, sirven para unos intereses políticos determinados.
Este autor, que ha trabajado en la administración de Mariano Rajoy, proponía la expresión de “proletarios emocionales”. ¿Y dónde se gestó ese movimiento que ahora recoge sus frutos?
Tras los atentados del 11S en Nueva York se apostó por animar esas emociones, un proyecto que, teóricamente, ya estaba pensado por entidades como el Project for the New American Century (PNAC), creada en 1997, con el objetivo de fomentar el comunitarismo de los sentimientos que forjó la nación de los Estados Unidos.
Era una revolución total. La sociedad se fracturó por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Y los enemigos, directamente, pasaban a ser tanto la socialdemocracia como el liberalismo progresista, el que nos gusta en Europa, el liberalismo de los actores y actrices, de los profesionales y pensadores de la costa Este. ¿Por qué se convirtieron en el enemigo que batir? Porque “tendían la mano al contrario y empatizaban con él".
Respecto a las relaciones internacionales, la cuestión estaba muy clara: en contra de los países musulmanes, con la idea de luchar contra el yihadismo y a favor de un único modelo para el planeta, el de Estados Unidos. Eso pasaba por una serie de requisitos: “Quien no defendiera en los años 90 del siglo XX el Estado mínimo, la ciudadanía democrática como experiencia básicamente consumista y la sacralidad economicista de un mercado desregulado no estaba en sintonía intelectual con los nuevos tiempos”.
Nadie salió de ese guion. No lo hicieron los progresistas europeos. Y llegó la crisis económica, basada en el crédito. La consecuencia es que muchos ciudadanos se han quedado desnudos, material y espiritualmente. ¿A qué se agarran, qué sentido de la comunidad tienen, cómo diferencian al que vende una mercancía averiada del que propone un proyecto serio a medio y largo plazo? Y, ante esas carencias, ¿quién, de hecho, es capaz de defender una oferta diferente y tiene tiempo para esperar los frutos?
Lo más fácil es lo que pasa ahora, con la aparición de Vox. Se busca recoger esas emociones, y ¡venga!, unos cientos de miles de votos. Pero hay un agravante, que tiene un precedente: ¿Cómo puede el Partido Popular, una fuerza política estructural en España abrazar el discurso de Vox, con Pablo Casado repitiendo únicamente tres vocablos: “separatistas, podemitas y batasunos”?
Pues de la misma manera que el Partido Republicano en Estados Unidos ha desprestigiado la política y se ató al Tea Party, con esas tesis que se habían elaborado en los laboratorios de los think tanks conservadores.
Está muy claro quién ha iniciado todo esto. Lo demás es darle vueltas a cuatro mensajes, que sí, tal vez, suponen un error de la izquierda, como Mark Lilla ha explicado. Pero no desenfoquen la mirada.