Bienvenidos a Cataluña, la tierra donde todo está permitido, aunque el concepto de libertad no se aplica con la exactitud que precisa. Raves, okupas, desobediencia… la otrora locomotora de España, sinónimo de progreso y de vanguardia, es hoy un lugar que destaca más por otras cosas que por las que la caracterizaban no hace tanto tiempo y que nos hacían sentir orgullosos. Comenzando por la capital, Barcelona, claro está, que ha perdido su esplendor con la gestión de los comunes, enemigos del turismo (cruceros, hoteles), del vehículo privado, de las inversiones en general y, ahora, también de Israel.

Pero como del actual modelo de Barcelona se ha hablado y se hablará mucho a medida que se acerquen las municipales, ampliemos un poco el foco al conjunto de la comunidad. Las raves, por ejemplo, son el último valor añadido de esta Cataluña tan abierta y plural. Lo explican a la perfección Noelia Carceller y Sara Cid en este reportaje, en el que afirman (y lo argumentan) que la autonomía es el destino favorito de los jóvenes extranjeros para la celebración de estas fiestas eternas sin autorización. La proximidad de la frontera, así como la laxitud de las leyes y la pasividad de los cuerpos policiales son los ingredientes de este cóctel. Y, más allá de que no molesten mucho a nadie, todos sabemos que en esos lugares no suele congregarse la gente más sana, y que el alcohol y otras sustancias corren como la pólvora.

Podemos seguir con las okupaciones, ¡menudo negocio! Todos ganan… menos el propietario. Ganan las mafias, ganan las empresas de desokupación, ganan las firmas de alarmas… ¿y qué hace la Administración? Pues acostumbra a mirar para otro lado. El hecho de que alguno de estos allanadores actúe así por necesidad no justifica, de nuevo, la laxitud de las leyes. Y dirán que esto es algo que afecta a todo el país. Sí, pero en ningún otro lugar de España se dan tantos casos: Cataluña concentra más del 40% de las okupaciones, que se dice pronto. Por algo será. Ya sabemos que el buenismo y los intereses varios dan alas a los aprovechados, a los sinvergüenzas, a los caraduras.

Pero qué podemos esperar de una tierra cuyos dirigentes son los primeros que alientan, con sus actitudes, este tipo de comportamientos, y que utilizan los medios públicos para promocionarlos. La desobediencia y las triquiñuelas para esquivar la acción de la ley y de la justicia son el pan nuestro de cada día. Lo hemos visto con todo el procés –del que casi todos se desentienden, incluido Mas-Colell–, con la permisividad a la hora de cortar la vía pública día tras día, pero sigue ahora con los jueguecitos de Cambray para evitar que se impartan clases en castellano aunque así lo hayan dictaminado los tribunales. Trampas y más trampas. En fin, estos son solo algunos de los ejemplos de la Cataluña actual. La parte positiva es que es muy fácil, con muy poquito, ir a mejor. Paciencia y aciertos. Las buenas noticias también las contaremos.