Concluido el periodo de inhabilitación al que fue condenado, Artur Mas i Gavarró, expresidente de la Generalitat de Cataluña, regresa. Esta semana, sin ir más lejos, presentará su libro Cap fred, cor calent [cabeza fría, corazón caliente] (Columna) en lo que aparenta tener toda la pinta de una campaña orquestada de retorno al escenario político.

Algunos capítulos que han trascendido de la obra y la fecha escogida para su puesta en escena, justo al final de su condena, llevan a pensar que Mas pretende reestablecer su imagen pública. Las dudas anidan en saber con qué finalidad.

Resultaría hasta comprensible que le apretara el cinturón de la dignidad personal. Podría entenderse que quien fue designado sucesor del pujolismo quisiera aclarar maniobras y decisiones políticas que se le atribuyen. Tendría sentido que deseara matizar aspectos no del todo bien explicados. Hasta ahí todo guarda una coherencia discutible en lo político, pero que convendría aceptar desde la lectura personal.

Si la irrupción en el teatro público de Mas es una especie de preparación para liderar de nuevo a una parte del nacionalismo catalán convendría recordarle al interfecto que segundas partes casi nunca fueron buenas. Que el caudal y crédito político que acumuló se fue por el sumidero de la historia cuando se inventó el procés, se puso al frente y acabó mutilado en sus aspiraciones por inesperada decisión de los radicales de la CUP.

Existe quien sostiene que muchos de los problemas de la Cataluña actual habrían desaparecido si aquel referéndum del 9-N tan simbólico y naif que impulsó el expresidente hubiera dado paso a una aplicación inmediata del artículo 155 de la Constitución. Pero ni el presidente del Gobierno de entonces, el estaférmico Mariano Rajoy, ni la oposición socialista, estaban en condiciones de responder. Además, habían perdido los arrestos tiempo atrás.

Con Mas empezó todo. Arrancó un estilo de gobernación de la administración autonómica que quería desbordar de neoliberalismo. Se hizo campeón de los recortes en derechos y servicios del Estado del Bienestar. Ni Jordi Pujol había sido conceptualmente tan conservador y atrevido como lo fue su delfín. Tampoco dirá Mas, cuando pavonee sobre su libro, que en su presidencia nace la división social que aún vive Cataluña entre quienes abrazaron de golpe un independentismo de nuevo cuño y quienes viven cómodos en un engranaje español y europeo. Ni explicará que bajo su gobernación existieron episodios de corrupción, el famoso 3%, todavía investigados. O que los tribunales le retrocedieron la principal privatización que llevó a cabo por las múltiples chapuzas llevadas a cabo bajo su permisiva mirada.

Mas regresa no se sabe muy bien con qué planes. Existen quienes aún acunan su figura como la de un político capaz de reconstruir el centro derecha nacionalista tras los esperpentos de Carles Puigdemont y su guardia pretoriana de Waterloo. Es cierto que en Cataluña existe hoy carestía de políticos de cierto nivel. Tan exacto como que ninguno quiere enfrentar el escenario que debieran administrar tras las locuras del último quinquenio. Mas, el aficionado marinero menorquín, fracasó y pecó de pipiolo. Que él quiera volver sorprende. Visto con perspectiva, más alucinante resulta que haya quien piense que el gran urdidor del procés posee alguna solución de futuro.