¿Qué pasa con Carles Puigdemont? ¿Ya no quiere ser presidente? Después de todo el lío que montó en el Parlament para ser investido de forma telemática, ahora resulta que se conforma con ser número dos de una candidatura a las europeas encabezada por el líder de ERC, Oriol Junqueras. No hace tanto, el president legítim presionaba al presidente de la Cámara catalana, el también republicano Roger Torrent, para conseguir inmunidad. Obviamente, Torrent rechazó el órdago, que hubiera supuesto incurrir en un delito de desobediencia por su parte. Los portazos republicanos al de Waterloo se han convertido en una constante. Y parece que electorado que un día confió en el neoconvergente también. A los inventores de Junts per Catalunya y La Crida se les acabó la astucia de tanto usarla, si es que alguna vez la tuvieron. Que una cosa es el bizarrismo dialéctico que se gastan los gurús de Puigdemont, con ínfulas de Fouché, y otra sobrevivir a base de hacer inventos con gaseosa.

A lo que iba. Que Puigdemont parece haber renunciado a ser presidente vía Skype y ahora propone ser el segundón de Junqueras. Hace unas semanas, descartaba ser candidato a las europeas pues temía ser detenido en la embajada española en Bruselas cuando fuera a recoger sus credenciales.

El expresidente catalán también dijo que su intención era volver a Cataluña. Pero ahora parece haber asumido que se quedará en el limbo europeo durante unos años. De ahí esa inusitada generosidad respecto a ERC, a la que también han ofrecido los neoconvergentes una lista conjunta para la alcaldía de Barcelona, encabezada por Ernest Maragall y con un candidato de Junts per Catalunya --el que sea, que todavía no está decidido-- como número dos. Pero tampoco.

Ver a Puigdemont genuflexo ante ERC, que Convergència siempre quiso fagocitar, tiene algo de justicia poética. Las encuestas de intención de voto avalan a Junqueras, que cumple prisión preventiva, tanto en las municipales como en las autonómicas. No así el del Girona, fugado de la Justicia y cada vez más arrinconado. Artur Mas, que le ungió presidente por imperativo de la CUP, lo sabe y pide paso. La sentencia del Tribunal de Cuentas le ha permitido recuperar una cuota mediática que en realidad nunca perdió. Mas está en campaña y aunque algunos intentan condenarle al ostracismo social --su invitación de un desayuno solidario del Colegio de Abogados de Barcelona ha puesto en pie de guerra a dos colectivos de letrados--, todo apunta a que el expresidente quiere disputarle a Junqueras ese centralismo soberanista que un día ocupó CiU. La operación, dicen, está pilotada por David Madí y cuenta con el aval de PDeCAT.