En 1979 se hizo famosa aquella canción de The Buggles que sostenía que el vídeo había matado a la estrella de la radio. No era muy exacta, pero se aproximaba. Parecido sucede con los últimos movimientos políticos que nos invaden. El populismo, o los nacionalismos de cualquier signo, edifican un entramado filosófico que confunde a los ciudadanos hasta rebozarlos en ideas fuerza, relatos como se llaman ahora, o discursos simples que no dejan pie al contraste de ideas, a la convivencia de identidades y a la búsqueda de una evolución conjunta desde la generosidad. No nos matan del todo, pero nos aletargan.

Hubo un poeta y también pintor austriaco que se dio cuenta hace muchos años. Participó en la elaboración de talleres y en el desarrollo de actividades cooperativas. Creía en el ser humano y en su tránsito por la vida con vocación de trascendencia. En uno de sus múltiples escritos, Oskar Kokoschka dejó acuñada una sentencia que tiene altísimo valor y vigencia hoy: “La sociedad moderna olvida que el mundo no es propiedad de una única generación”.

A fe que el juntaletras tenía razón. Una de las primeras ocasiones en las que Pablo Iglesias hizo una larga intervención en el Congreso dio la sensación de que con su llegada había nacido la política, las ideas y casi el país. Pero la invención de la sopa de ajo no es exclusiva del populismo de izquierdas, tiene muchos seguidores en las antípodas políticas. La derecha catalana también abrazó el independentismo o el republicanismo de nuevo cuño como si en la historia no existieran antecedentes. La generación que lanzó en 2010 y fracasó en 2017 con el procés asumía una misión con una dimensión entre espiritual y divina, un encargo que nacía y moría en un tiempo breve (18 meses dijeron) y sin conexión ni anterior ni casi posterior.

Ese fenómeno que invadió el espacio público y privado catalán ha matado a su sociedad civil. O, si prefieren relativizarlo, la mantiene adormecida. Cierto es que se trata de un concepto discutible. Un conocido sostiene que solo se entiende como contrario de la sociedad militar y es más propio de otros momentos históricos. Pero si el conjunto de entidades, asociaciones, clubes, grupos profesionales, clanes y otras formas de agruparnos socialmente es lo que entendemos como sociedad civil, la catalana está en cuidados intensivos.

Qué tiempos aquellos en los que el Círculo de Economía era el abanderado del debate económico y político no solo catalán sino español. Se hablaba de la necesidad del proyecto europeo antes de su conformación, del aperturismo, de la modernización. Las patronales catalanas eran innovadoras en lo suyo, incluso fueron el auténtico germen de la CEOE. Su primer presidente, Carlos Ferrer Salat, un avanzado al empresariado patriarcal y ensimismado, mostró que el catalán era un proyecto español sin complejos. Como lo consiguieron también Juan Antonio Samaranch, Josep Vilarasau, Fabià Estapé, los hermanos Valls Taberner, Rafael Termes, Pere Duran Farell...

Hoy, todas esas entidades y asociaciones están esposadas al debate político que el populismo nacionalista puso sobre la mesa. Pero también pasa con los colegios profesionales, las universidades, los gremios, los clubes de fútbol como el Barça, los sindicatos y hasta los pocos reductos selectos que aún perduran: el Círculo Ecuestre, el Real Club Tenis Barcelona, el Club de Polo. Todos sin excepción se tientan los ropajes para navegar entre la fragmentación política imperante y, en algunos casos, se acaban decantando por una u otra posición dejando lo sustantivo de su actividad en un decepcionante segundo plano.

Sí, el vídeo no mató a la estrella de la radio, pero el procés ha finiquitado la riqueza asociativa catalana y la pluralidad que se instaló en la sociedad tras el fin de la dictadura franquista. Al final, la gran consecución de sus promotores es solo una: estimular una comunidad autónoma cada vez más atomizada en sus expresiones y peligrosamente atrofiada en lo que fueron sus activos en otros tiempos: el liderazgo, la emprendeduría y la innovación.

Quizá algún historiador pueda con el paso de los años darle forma a esta tesis. De momento, y eso no lo arreglarán las elecciones del 14 de febrero, el empobrecimiento del paisaje crece y la pandemia lo acabará de desolar. Tomen nota en Madrid, sobre todo aquellos que ven el enfrentamiento político existente una reedición adaptada del procés.