Hoy se celebrará en el Parlamento de Cataluña una sesión de la cámara legislativa que pasará a la historia. Para unos será el principio de algo, para otros, el final. Se ha terminado el margen para las maniobras dilatorias de los políticos de Barcelona y Madrid, de jugar al ratón y al gato, del trilerismo tacticista. Los ciudadanos de Cataluña llegamos agotados al momento actual. No sólo los que llevamos años avisando de los riesgos y del rumbo que tomaban los acontecimientos por la deriva nacionalista del país, sino los propios independentistas. A ellos también les han timado y en buena parte manipulado con toda suerte de argucias los líderes de sus partidos y los dirigentes de la clerecía y la estructura paralela de país nacida, desarrollada y alimentada gracias al uso de fondos y dinero público. Hoy fenece la fase del simbolismo político y llega la hora de la verdad.

Hay, al menos, cinco elementos determinantes que nos han traído hasta aquí. A saber:

1. El adoctrinamiento nacionalista vivido no es flor de un día. Un modelo escolar, mediático y social construido durante décadas --primero con un bajo perfil y después de manera más descarada-- no se conjura sólo con la ley. Son necesarios más originalidad, recursos y, lo principal, verlo, admitirlo y considerarlo preocupante. Eso no sucedió. Una parte de la izquierda catalana es cómplice de ese florecimiento y, de hecho, un partido como el PSC, que en tiempos fue una maquinaria de poder municipal, se acomodó a ese estado de cosas contribuyendo de manera parcial y cómplice, puesto que muchos de sus dirigentes eran nacionalistas de baja intensidad travestidos de catalanistas progresistas.

El adoctrinamiento nacionalista escolar, mediático y social se ha construido durante décadas, con la complicidad de parte de la izquierda catalana

2. La inexistencia de una sociedad civil independiente y realmente influyente se ha podido constatar cuando su presencia ha resultado más necesaria. El nacionalismo acalló su vigorosa voz histórica. Empezando por los empresarios, qué fácil resulta entender hoy la clarividencia de Jordi Pujol manteniendo atomizado el tejido de representatividad empresarial del país con múltiples organizaciones todas ellas dependientes del presupuesto público para subsistir. Pimec, Cecot, Femcat han sido, todas ellas, instrumentos subvencionados que permitían mantener un discurso diferencial sobre las empresas basado en la abundancia de pymes y desoír los cantos de sirena españoles de Foment del Treball, la histórica patronal fundadora de la CEOE y cuyo antiguo presidente manda en Madrid en estos momentos. Con el mundo del trabajo pasa algo análogo. Los dos grandes sindicatos de clase tienen estructuras tan envejecidas como funcionariales y dependientes, en bastante, de los fondos públicos. Tanto CCOO como UGT compraron aquello del marco social catalán como si los trabajadores de Seat tuvieran problemas diferentes o estuvieran sometidos a legislaciones laborales distintas a los de Ford en la Comunidad Valencia. Por no hablar del sindicalismo directamente nacionalista que domina sectores como la educación y es muy influyente en la función pública.

No son los únicos ejemplos de acomplejamiento, dependencia y sometimiento conceptual al nacionalismo. Instituciones como gremios, colegios profesionales, cámaras de comercio, clubes empresariales y otros similares (quizá con la excepción del Círculo de Economía) han ido haciendo de su respeto a las instituciones del Estado en Cataluña una especie de reverencial trágala de pujolismo, primero, y de independentismo, después. Por si todo eso fuera poco, no hay localidad de Cataluña en la que sus pequeñas asociaciones (desde el centro excursionista, la agrupación sardanista, el grupo casteller, la asociación de comerciantes…) hayan eludido el control y la utilización manipuladora por parte del nacionalismo. De hecho, en muchos casos, incluso más que la consabida escuela catalana, actúan como la cantera, el lugar en el que florecen pequeños liderazgos locales que pronto toman camino hacia la Barcelona del poder político.

3. La pérdida del discurso, del relato, como se le llama ahora, es para ser estudiado en universidades. El nacionalismo ha vencido en el combate de la comunicación política con los últimos gobiernos de Madrid. El mensaje del victimismo regional, a fuerza de repetirse de manera recurrente, ha logrado sumar adeptos de manera exponencial en los últimos tiempos.

¿Contribuyó en alguna ocasión el Gobierno a mejorar la comunicación que desde Cataluña defendía la unidad española y el constitucionalismo?

Por si todo lo elaborado desde Cataluña fuera insuficiente, no hubo nadie al otro lado. ¿Cuál ha sido el papel de la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez de Castro, en este conflicto? ¿Qué iniciativas ha adoptado con las cancillerías para evitar que el independentismo ganara la batalla de la prensa internacional aunque fuera a golpe de talonario? ¿Por qué permitió que Javier Godó se echara en manos de la Generalitat para evitar las pérdidas en su cuenta de resultados y, en consecuencia, fuera un abanderado temporal y necesario del independentismo? ¿Saben en Moncloa que hoy nos relacionamos a través de redes sociales y que el independentismo tiene una experiencia incomparable en su manejo? ¿Contribuyó en alguna ocasión a mejorar la comunicación que desde Cataluña defendía la unidad española y el constitucionalismo? Quizás no fue ella la única responsable y la comunicación silenciosa de Mariano Rajoy esté detrás de todo el desastre que la imagen de España se acaba de sumar. ¡Ya pueden trabajar los de Marca España para recomponer esa idea de estado totalitario y casi fascistoide que nos dejó el 1-O! Ellos y Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta de la operación diálogo y el despacho con vistas al mar a la que vimos alguna vez por la Ciudad Condal, pero que de lo prometido...

4. España ha perdido la batalla de los valores frente al independentismo. En su urdida treta para forzar los límites del Estado han salido victoriosos: ¿cómo negar la calidad intelectual de la asociación de conceptos que practican cuando unen libertad, democracia, derecho al voto, pueblo, ciudadanía, urnas...? Es incuestionable que responder a ese imaginario tan bien trabajado con conceptos como ley, orden, seguridad, policía, justicia, porras... es, como poco, nada seductor. Es más, la incapacidad de los líderes políticos de ámbito español para construir un relato de convivencia, solidaridad, comunidad de intereses, historia conjunta y otros valores tan positivos y defendibles como los empleados en sentido contrario por los secesionistas pone de manifiesto que el desafío catalán jamás ha sido tomado en serio desde el resto de España en buena parte porque los dos grandes partidos que se alternan en la gobernación han preferido dejar el virreinato catalán apartado y sólo en disposición de uso cuando electoralmente convenía, por una u otra razón.

España ha perdido la batalla de los valores frente al independentismo

5. España se ha tomado poco en serio su territorio catalán. El asunto ya no va de pedigüeños o de víctimas: la reivindicación nacionalista de servicios e infraestructuras incorporaba en los últimos tiempos un sustrato de razonabilidad que debió ser atendido en algún momento, pero que se ladeó por cómo se producía y en el momento en el que se formula. Las últimas reivindicaciones no eran de más autogobierno, sino de más dinero para infraestructuras. Se podían haber pactado plazos y prioridades, ganado tiempo y evitado enconamientos. La pericia de los gobernantes es clave para que los problemas se anticipen y resuelvan antes incluso de que se produzcan. Es como el empresario y el trabajador que evitan entrar a un juicio laboral y pactan antes porque saben que la mejor sentencia puede resultarles adversa. Fue Artur Mas, por su codicia política e insaciabilidad de poder, quien interiorizó muy mal el revés que sufrió en La Moncloa. Aquello hizo detonar el mayor conflicto político reciente de la historia de España. Él le prendió fuego, pero quien apiló los barriles de pólvora junto a la Constitución fue Rajoy.

Hoy, Cataluña podrá ser una horas republicana e independiente. Los promotores de ello --sombríamente liderados por el siempre rezagado Oriol Junqueras, cabizbajo y cardenalicio como gran muñidor de su húmedo sueño de independencia-- podrán vivir un nuevo día de esos que ellos tildan de histórico. Pero la historia también les pasará cuentas. Algún día, incluso, se las ajustará por cómo han llevado a toda una sociedad al conflicto y a un horizonte de recesión, empobrecimiento, fractura y radicalidad. Pasarán muchos años para que el territorio que será unas horas independiente de España recupere el prestigio, la reputación, el crecimiento económico y la vitalidad de sus gentes. El daño ya está infringido y, como recuerdan los cinco puntos anteriores, permite lanzarnos una mirada ante el espejo. No es una solución, pero sirve para hacer acto de contrición y comprobar cómo hemos contribuido cada uno de nosotros, por acción o por omisión, al esperpento general.