Si el mundo se dividió entre apocalípticos e integrados, Cataluña se distingue entre agoreros y cobardicas. Lo he escrito en muchas ocasiones al referirme a la burguesía del territorio, pero sirve igual para definir analistas, meteorólogos, ejecutivos, empresarios, entrenadores del Barça, periodistas, políticos y personajes de cualquier ralea. Será cosa del ADN –que hubiera dicho Xabier Arzalluz u Oriol Junqueras– o un tema del cruce de los vientos –Tramontana y aires del Moncayo por el Ebro–, pero lo cierto es que la abundancia de profetas del mal y aprendices de Don Pésimo empieza a ser casi una pandemia.

En el plano político, los quejicas están todos seguros de que la legislatura del Parlamento autonómico durará poco. Lo tienen situado en dos años. Sin embargo, lanzo una apuesta hoy a que se agotará y se acercará a los cuatro años. ¿Cómo? Con un plan b de ERC y PSC que permitirá a los republicanos desconectar de Junts per Catalunya si insisten en mantener una alianza de reproches permanentes, disensos y públicas discrepancias.

Aragonès y los suyos quieren gobernar y desprenderse de la pátina de radicalidad que ha caracterizado al movimiento independentista en los últimos años. Trabajan para edificar sobre sus siglas un partido análogo a la antigua CDC que sea eje central de la sociedad catalana y extienda por todos sus municipios el poder local. Si los de JxCat los tensan mucho harán el esfuerzo de entenderse con los socialistas de Salvador Illa. Un apoyo parlamentario para los grandes temas de la legislatura será suficiente para proseguir hasta el final del mandato y eso es negociable con los intercambios políticos en Madrid. Win-win absoluto.

Illa, para Barcelona

Para los socialistas ese pacto conjugaría los tiempos en otra declinación. Illa podría dedicarse a la ciudad de Barcelona e intentar desalojar a Ada Colau de la alcaldía. Es la única opción razonable con posibilidades efectivas y aunque el líder del socialismo catalán recibe a diario peticiones de diferentes sectores y partidos políticos para intentarlo permanece aún encastillado en la figura de Jaume Collboni como cabeza de cartel. Sabe que algunas decisiones de calado, como pasó con la lista electoral autonómica, se discuten en Madrid con la demoscopia en la mano por más que sostenga el discurso de la autonomía del PSC en su territorio. Si se despierta demasiado tarde para esa misión igual desaprovecha una parte del tiempo disponible y se obliga a fiarlo todo a una campaña electoral en mayo de 2023 que será cruenta. Illa quizá no gane con suficiencia en las urnas, pero puede ser el candidato a alcalde que sí reciba los apoyos de otras fuerzas políticas distantes pero hartas del deterioro constante de la ciudad.

Si los socialistas recuperan el consistorio, Cataluña regresaría al pujolismo más primario, aquel en el que los ocupantes de la plaza de Sant Jaume eran Pasqual Maragall y Jordi Pujol. Ambos se alimentaban tanto como se corregían y los dos poderes mantenían el fiel de la balanza en una zona centrada de equilibrio vigilante. El cambio vendría dado por que los sucesores directos del expresidente pierden esa posición en favor de sus vecinos de piso independentista. Todo depende de que Illa admita que en el corto plazo la presidencia de la Generalitat es un objetivo lejano mientras que la alcaldía parece más próxima y factible.

¿Qué pasa en el Barça?

El cortoplacismo de la mirada catalana también afecta en lo social al Barça. Aterriza Joan Laporta en el puente de mando con un grado de improvisación impropio del gestor de un club del siglo XXI. Ni el aval estaba preparado ni se habían puesto las bases para solventar la crisis económica de la institución. La marcha de Jaume Giró, el único que durante toda la campaña se dedicó a recordar que esta junta debía centrarse más en lo económico que en lo deportivo, fue la peor de las noticias para quienes pensaban que Laporta sería un bálsamo reconstituyente para la entidad.

Laporta se ha enfrentado mucho con Javier Tebas, a quien traicionó de palabra y obra. Le dijo primero al mandamás de La Liga que aceptaba el acuerdo con la CVC de Javier de Jaime para luego desdecirse. El argumento utilizado era que no deseaba hipotecar los ingresos del Barça durante 50 años. Bien, tenía una lógica. Lo que no sabemos ahora es por dónde navega la nueva junta directiva más allá de dedicarse en cuerpo y alma a arrasar con sus antecesores (por lo civil y por lo militar si es necesario).

De entrada nos anuncian que no quieren los fondos de CVC-La Liga, pero nos enteramos de que pidieron un crédito de urgencia de 80 millones a Goldman Sachs, una línea adicional de crédito de 595 millones también a Goldman y que quieren endeudar al club con otros 1.500 millones adicionales que se sumarían a los 1.350 que legó Josep Maria Bartomeu. ¿Todo será con Goldman? ¿Se ha hecho algún concurso para financiar al Barça? Esos productos financieros de endeudamiento ¿hipotecan más, menos o igual que los de CVC a la entidad? Sería deseable que se aplicaran la transparencia que reclaman para otros.

A Laporta y los suyos les está sucediendo algo similar a lo que aconteció con la llegada de Podemos y los comunes a las instituciones: el instinto revanchista es más fuerte que la energía consumida en encontrar soluciones. Hay un cierto guerracivilismo, muy propio de influenciadores como Jaume Roures, en la actuación de la nueva junta directiva, que basa su actuación en ajustar cuentas con el pasado más que en mirar de frente y preparar un futuro incierto en la industria del fútbol mundial.

Naturgy, bajo control

En ese marco de depresión catalana solo aflora una buena noticia. Los catalanes no perderemos el control de la energética Naturgy, ahora con su sede desplazada a Madrid. Isidro Fainé ha decidido operar de manera distinta a como lo hizo en su día con Abertis y ha recordado a los incrédulos que su capacidad para situarse en la torre negra del castillo y dirigir a sus huestes permanece intacta.

Con las compras de acciones de la antigua Gas Natural ha llevado la opa de los australianos al borde del fracaso. El presidente de la Fundación Bancaria La Caixa ha maniobrado para defender la condición estratégica y nacional de la compañía. El socio español no hará lo mismo que hicieron en su día los propietarios de Endesa. Solo una mala jugada de Javier de Jaime podría provocar un cambio en la gobernanza del grupo y en su política de retribución a los accionistas. Otra cosa es que el de CVC se jugaría el bigote si aprovechara la situación para equivocarse con su alianza después del medio fiasco de La Liga.