¡Ay, estos chicos malotes de La Crida, Junts per Catalunya, CDC o lo que tengan a bien llamarse ahora! Van a contracorriente, porque si la tendencia humana es volverse conservador cuando en tu juventud has sido progre, ellos han pasado del conservadurismo --en algunos casos muy rancio-- a jugar al anarquismo. Lo dice Carles Puigdemont, durante años parlamentario gerundense de CDC quien ahora ha descubierto una "pulsión" antisistema. A Antoni Castellà, exdirigente de UDC, reconvertido en líder radical del independentismo a través de Demòcrates, le ha dado por la agresividad verbal sobre todo cuando le ponen un micro delante. Dice que, "si España no formara parte de la Unión Europea, tendría la tentación de fusilar independentistas".
Ello le ha valido una querella ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Y es normal que una persona de izquierdas como Carlos Jiménez Villarejo, el fiscal que investigó el caso Banca Catalana, sea el autor de esa denuncia por injurias y calumnias, pues Castellà ha elevado la banalización de los fusilamientos franquistas y la brutalidad contra los republicanos a sus cotas más altas. El propio Quim Torra, un presidente por accidente que se asusta de sus propias palabras --un día propone “atacar al Estado” y al siguiente precisa que los que quería decir es que hay que “acusar al Estado”--, también utilizó los fusilamientos del 39 como arma arrojadiza en el reciente homenaje a Lluís Companys, aunque sin llegar a las barbaridades de Castellà.
El último episodio de bizarrismo independentista lo ha protagonizado Agustí Colomines, el ideólogo de Junts per Catalunya. El gurú de Carles Puigdemont. El historiador elegido por el Govern para adoctrinar a los funcionarios de la Generalitat. Dijo Colomines que “el proceso catalán no desea muertos y por eso llevará más tiempo conseguir el objetivo”. Y luego se escandalizó de la polémica generada.
A ver. ¿Qué se podía esperar del autor de la sublime frase “el soberanismo conseguirá que el Estado y los unionistas meen sangre”? Mucha intelectualidad, pero a la hora de la verdad, lo soez se impone.
No me quiero ni imaginar qué enseñaba este hombre en la Escuela de Administración Pública de Cataluña, una “estructura de Estado” que Colomines dirigió y donde intentó colocar a su compañera sentimental, Aurora Madaula, diputada de Junts per Catalunya. Por mucha catarsis convergente que se pretenda vender, el amiguismo y el clientelismo está en el ADN de la derecha catalana. No hay bandera ni soflama identitaria que pueda tapar la corrupción convergente. La que investigó Villarejo en el caso Banca Catalana.
Colomines, Castellà y Torra recurren al odio para mantener la agitación social hasta que se dicten las sentencias del 1-O. Será entonces cuando se convoquen las elecciones, previa escenificación de la enésima crisis entre Junts per Catalunya y ERC. Así lo pactaron ambas formaciones al más alto nivel. Pero nadie les creyó. Cabe preguntarse hasta cuándo van a consentir los republicanos, miembros de un partido histórico, que los advenedizos que tiene por socios, los de los recortes y las privatizaciones, utilicen a sus muertos para hacer política. Lo dijo otro historiador, mucho más admirado que Colomines, el fallecido Josep Fontana, próximo a ICV y a los movimientos antisistema: "Las revoluciones se ganan con sangre o con diálogo". ERC, asegura y la creemos, prefiere lo segundo. Pero tiene que demostrarlo.