Nada que decir sobre cómo Joan Laporta consiguió vencer a sus rivales en las elecciones a la presidencia del FC Barcelona. El culé que además es socio no vota con la cabeza, lo hace con el corazón. El votante no piensa en el futuro, sino que guarda en su retina las claves del pasado. A los más avezados se les ocurre plantearse el presente, pero el futuro y la pasión futbolística son conceptos contrapuestos. Uno es del Barça o del Madrid por razones emocionales casi siempre almacenadas en la memoria personal.

Con esos mimbres su candidatura era en esta ocasión la que mejor podía movilizar esas fogosidades. No lo consiguió cuando lo intentó por segunda ocasión y Josep Maria Bartomeu le arrasó en las urnas. Los culés tenían muy fresco en sus cabezas que hacían presidente al hombre que había capitaneado al equipo en la consecución de un triplete de títulos que hizo gozar a la afición como hacía décadas que no se recordaba. Su oponente Víctor Font solo simbolizaba lo que podía venir y Toni Freixa constituía un híbrido entre el horizonte anterior y el posterior que costaba definir. Al final, la pulsión se refugió en el voto al abogado de modos matonescos que le colocó al Madrid una pancarta al lado de su estadio consiguiendo el mayor impacto publicitario en términos de precio de cuantos se recuerdan en la historia de la comunicación.

Esta semana, si consigue avalar ante la LFP, Laporta y los suyos tomarán las riendas del club. La entidad está herida de muerte por una política salarial discutible, unas decisiones de gestión que no siempre estuvieron del todo bien orientadas y por los efectos de una lucha política por tomar el control nacionalista que ha supuesto incluso la emergencia de una pseudopolicía patriótica en el cuerpo de los Mossos d’Esquadra capaz de responder a oscuros intereses comandados a distancia, con un joystick que se movía desde Waterloo.

Laporta fue diputado y concejal independentista. No le fue muy bien su paso por la política. Quienes le tratan a diario insisten en que lo que realmente le motiva no es solo la pasión futbolística, sino el poder que un mandatario del Barça posee a la hora de influir y hacer negocios, propios o ajenos. En ese marco, la figura del que era considerado número dos de la candidatura, el periodista Jaume Giró, constituía una garantía de moderación y sentido común aplicado a la nueva etapa. Aunque Giró ha mantenido posiciones políticas de coquetería con el nacionalismo actual, nunca ha dejado de ser un convergente (en el sentido de moderación política y capacidad de interlocución) de la antigua etapa. Su aportación a la gestión económica hubiera supuesto, seguro, una cautela de prudencia y racionalidad.

¿Qué ha pasado para que Giró abandone el barco unos días antes de zarpar desde el puerto del éxito? Es la pregunta que todo el barcelonismo informado se realiza en las últimas horas y que nadie acierta a responder con precisión. He hablado con el interesado; nos conocemos y hemos colaborado desde hace muchos años; pero admito que sigo sin conocer la razón de fondo que se esconde en su negativa a proseguir. Su mutismo quiere ayudar a que Laporta y el resto de compañeros prosigan la travesía, aunque él haya decidido saltar de la nave.

Si los datos escasean solo cabe la especulación analítica: ¿qué incumplimiento habrá hecho Laporta de los compromisos adquiridos con Giró?, ¿habrá descubierto el periodista algún elemento desconocido hasta la fecha?, ¿es tan poco grave lo sucedido que con una salida silenciosa minutos antes de la gloria se resuelve?, ¿cuánto hay de personal, de relación entre ambos, en los motivos que han existido para dejar a Joan Laporta compuesto y sin número dos?, ¿celopatías?

El abandono en el altar solo genera miedo. Que Giró, que había hecho un enorme esfuerzo en todos los sentidos para ser el número dos del nuevo Barça, se largue solo puede recibirse con temor. Si alguien dispuesto a poner sobre la mesa su patrimonio, a poner en riesgo su networking personal y a renunciar a determinadas alianzas profesionales por quién era su compañero de viaje se apee del proyecto dice más del laportismo que cualquier actuación pública del líder del proyecto.

Estamos, pues, ante una difícil situación para Laporta. Sin contar con compañeros de viaje que modulen su dimensión más compleja, el Barça puede convertirse en una caricatura económica, social y deportiva de lo que fue. Ni las palabras que Manuel Vázquez Montalbán le dedicó en su día ni tan siquiera las rentas acumuladas pueden resultar suficientes para enderezar el nuevo mandato que viene con determinadas ausencias.

Eso es así, o no sabemos toda la verdad. Pero el asunto es menor. Pronto o tarde estaremos al cabo de la calle sobre lo que ha sucedido en las últimas horas y ha provocado la primera crisis de la nueva era del laportismo. No empezamos bien, es obvio, pero conviene confiar en que la mesura se anteponga a la desmesura.