En Madrid, imposible; en Barcelona, deseado. La petición que la junta directiva del Círculo de Economía realizará esta semana al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y al jefe de la oposición y nuevo líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, es que ambos se sienten, dialoguen y pacten. Será en la reunión anual que organiza el lobby de opinión catalán con más solera y capacidad de convocatoria.

El pasado año, el Círculo de Economía se sacó de la manga el apoyo a un indulto a los políticos condenados por los acontecimientos de 2017 en Cataluña. Pocas semanas después, los Junqueras, Sánchez, Rull, Turull et altri estaban fuera de las prisiones. No es que la entidad que preside Javier Faus hasta el 12 de julio tenga una bola de adivino con la que marcar algunas tendencias de la política española, pero sí que es cierto que la burguesía que representa posee una opinión bastante unánime sobre las urgencias políticas de cada momento que gusta expresar.

¿Qué quiere ahora trasladar Faus y su equipo a los líderes españoles? La necesidad de centrar las políticas, la urgencia de alcanzar consensos y acuerdos en materias determinadas. Y cuál es la razón donde anida esa petición: en la guerra de Ucrania, que cambia el escenario geopolítico internacional, y en la crisis económica que se deriva de ese conflicto.

El pacto según el pijerío ilustrado barcelonés debería producirse en varios frentes. A saber: energía, renta, fiscalidad, estado del bienestar, seguridad, defensa y diplomacia europea para afrontar las afrentas de Putin. Poca broma es la que encierra la petición.

Debajo de la envolvente que los empresarios catalanes quieren hacerles a Sánchez y Feijóo subyace la inexistencia de un centro político en España que sea capaz de estimular la moderación, la transacción y el término medio que dicta el sentido común. La radicalización de PSOE y PP, por razones distintas de consumo interno, y el resurgimiento de izquierdas y derechas extremas, junto con los populismos de diferente signo (entre ellos los nacionalismos de siempre), suponen una situación política de difícil manejo en tiempos de dificultades económicas. Añádasele la muerte súbita por estulticia de Ciudadanos.

Desde los Pactos de la Moncloa, España apenas ha conseguido algunos consensos relacionados con el terrorismo. E incluso esos puntos de acuerdo no siempre han sido firmes.

Pese a ello, la necesidad de evitar la estridencia y perseguir la zona social de orden haría conveniente que las dos grandes formaciones partidarias, las que vertebran al final la mayoría del tejido administrativo/político español, fueran capaces de transaccionar cuestiones nucleares de la ordenación de una sociedad. Pactos generacionales, con capacidad de trascendencia temporal (como han hecho algunos vecinos europeos), y que eliminaran del horizonte las incertidumbres y riesgos que se vislumbran.

El refranero sostiene que siempre es mejor un mal pacto que un buen pleito. Y, algo que tienen tan interiorizado los abogados, a los políticos no les convence: su pleito es permanente y como derivada resulta desincentivador para la ciudadanía. Será interesante ver cómo responden esta semana al reto los dos dirigentes de PP y PSOE. En esta ocasión parece que lo deseable y lo que suscribiría una amplia mayoría de españoles sigue todavía muy lejos de la voluntad de esas organizaciones. El momento no es el más adecuado con unas elecciones autonómicas en el corto plazo. Tenía razón quizá el peronista argentino Cooke cuando sostenía que por más conveniente que resulte, el pacto político entre facciones opuestas siempre es de mala fe.

Con todo en contra, el pacto, el consenso, el acuerdo es hoy factible y más adelante puede resultar imposible. “En todo trato, más vale encomendarse a Santo Tomás, que a San Donato”, recuerda el dicho popular. San Donato fue santificado porque cuando los fieles descarriados le destrozaron el cáliz obró el milagro de pegar los fragmentos en los que se había desecho. Una magia que convendría no utilizar en la España de los próximos años. Si no se astilla el cáliz, mejor.