La Diada del huracán
Sostenía Pío Baroja que las ideas no tienen importancia, que son “el uniforme vistoso que se les pone a los sentimientos y los instintos”. No contento con su categórica afirmación, el escritor vasco de la generación del 98 añadía: “Una costumbre indica mucho más el carácter de un pueblo que una idea”.
Hoy, 11 de septiembre de 2017, un grupo indeterminado de catalanes saldrá a la calle siguiendo su costumbre de los últimos años de reivindicar de manera colectiva sentimientos e instintos. El uniforme vistoso con el que se vestirán es, siguiendo la barojiana lógica, una idea: la independencia.
La Diada de hoy es la más polémica de los últimos años. En las actuales circunstancias políticas deja de ser la fiesta de todos los ciudadanos de Cataluña, cualquiera que sea su opinión e ideología. Se convierte, además, en la sublimación de los festejos costumbristas de una mitad de la población entusiasmada, ensimismada y guiada por los gurús del nacionalismo camino del precipicio en un proceso político que agota su recorrido de normalidad democrática y legal.
Cataluña, como se ha escrito y repetido hasta la saciedad, está dañada y gravemente fracturada. Se analice como se quiera, cualquier evaluación deja un retrato final de sociedad enferma en su psique colectiva y dividida en lo político y en lo social. Los hechos del Parlamento de la última semana son una muestra, pero enseñan al mundo el botón que corrobora la indiscutible rotura interna. Quienes hoy pidan votar en un referéndum, lo que de verdad exigen es la ruptura con el resto de España. Todo está previsto para una eventual victoria del ‘sí’ que diera paso a la creación de un Estado catalán porque no se contempla otro escenario y, en el supuesto de que algún día hubiesen urnas legales para debatir esa cuestión, que nadie se engañe: si ganara el ‘no’ los promotores de la secesión no cejarían en su empeño ni en el tiempo.
Puigdemont y Junqueras serán los pastores de una colectividad enaltecida y los responsables políticos de cualquier incidente violento que se produzca
Echar la vista atrás en la historia demuestra con meridiana claridad que el asunto viene de lejos, desde que el nacionalismo romántico se instaló como discurso político en el siglo XIX. Por tanto, y aunque Miquel Iceta se empeñe en situar el inicio de estos fastos en la sentencia del Tribunal Constitucional que recortaba el Estatuto de Autonomía, la costumbre, el sentimiento, el instinto (la idea de Baroja), arranca de más atrás. Es esa confusión habitual que de tan repetida se convierte en verdad inapelable. Como la divisoria entre nacionalismo y catalanismo, imperceptible hoy fuera de la cuestión lingüística. Otra cosa es señalar qué elementos de la política partidaria e inmediata han atizado por acción o por omisión el actual estado de crispación, en lo que podríamos ponernos de acuerdo con facilidad.
Carles Puigdemont y Oriol Junqueras serán hoy los virtuales pastores de una colectividad enaltecida. Nunca han luchado por ser los líderes políticos del conjunto de los catalanes, pero hoy lo serán menos. Puede ser su última comparecencia en honor de multitudes antes de inmolarse en el victimismo que espolearán y del que desearán emerger como mártires y no como incumplidores de las leyes comunes. De producirse cualquier incidente violento durante la jornada, por mínimo e insignificante que sea, también serán los máximos responsables políticos.
Después se contarán los asistentes a la manifestación central de la tarde, pero empieza a ser necesario contabilizar también a aquellos que, con tal grado de politización y debate general, ni participarán ni se sienten para nada concernidos con el llamamiento a la participación o las proclamas y los eslóganes que se repetirán hasta la extenuación, como siempre para mantener viva la costumbre. Cataluña contra Cataluña, como vaticinó José María Aznar.
A partir de mañana el combate del nacionalismo y la justicia subirá de tono e intensidad
La Diada de hoy puede ser la última de una etapa en la que la tolerancia democrática y el respeto a las discrepancias políticas siempre estaban por encima de cualquier consideración. Las circunstancias han cambiado y mañana, en sentido literal, será otro día; el combate del nacionalismo organizador del referéndum y la justicia subirá de tono y de intensidad a medida que transcurran las horas y los días.
Hasta el 1 de octubre asistiremos a acontecimientos de todo tipo y no siempre agradables. Vienen días muy intensos. El folclore político se convertirá en permanente y la calle asumirá un excesivo e innecesario protagonismo. Lo que la política ha sido incapaz de resolver en los despachos o las instituciones saldrá a pasear. Como catalanes no nacionalistas --y a la vista de las imágenes que conocemos del paso del huracán Irma por el Caribe-- apetece comenzar la Diada atrincherándose como los ciudadanos de Florida, asegurar el techo, blindar las ventanas y proteger a los tuyos de los devastadores efectos del fenómeno natural. Esperar a que escampe el huracán político, tomar aire no tan enrarecido y abrir la puerta el 2 de octubre para regresar a una Cataluña menos psicótica.