Cautivo y desarmado, Ciudadanos se empeña en pegar los añicos de su derrumbe electoral. El partido que se presentó en su día como la formación política útil para regenerar España no es hoy mucho más que una caricatura de lo que pudo ser. Los errores cometidos en los últimos meses han precipitado el capital político atesorado a las catacumbas de un país que vive una profunda crisis democrática.
La falta de un liderazgo coherente, los vaivenes ideológicos y la traición a sus raíces catalanas han sido, junto al mesianismo de Albert Rivera y su corte de altivos palmeros, motivos suficientes para convertir en insignificante al grupo parlamentario que podía hoy formar parte de un gobierno estable, en el que algunos de sus principios se escucharan y se dejaran ver. La implosión de Ciudadanos es, en síntesis, la crónica de una desintegración anunciada sobre la que algunos teorizamos tiempo atrás.
Que en su fijación por ocupar la derecha política fracasen no tendría mayor relevancia futura si los herederos o los supervivientes aprendieran la lección: en el centro está la virtud. En un ejercicio de posibilismo podríamos razonar que el naufragio ante los electores puede convertirse en una ventana de oportunidad política si se juega con inteligencia. Un ejemplo: Manuel Valls en el Ayuntamiento de Barcelona tras las elecciones municipales. Su candidatura obtuvo la misma representación que antes de su incorporación, pero sus votos fueron los que facilitaron que el consistorio barcelonés no cayera en manos de los independentistas. Esa actuación no la olvidarán algunos barceloneses. Es un activo para futuras contiendas electorales, porque la coherencia demostrada y, sobre todo, la utilidad del voto son conceptos que Ciudadanos ha arrinconado en el desván de las potencialidades.
Poco le costaría al partido naranja construir un relato dirigido a los nuevos tiempos. Imaginen: “Señor Pedro Sánchez, es tal la desconfianza que tenemos en su actuación que, con una pinza en la nariz, haremos lo posible para que su investidura no dependa del independentismo catalán y vasco. Después ya ajustaremos cuentas desde la oposición”. El rendimiento patriótico de ese postulado permitiría reconstruir los pedazos del partido con Inés Arrimadas. Sería, además, un tratamiento que no necesitaría perseverar en esa perversa carrera de PP y Vox por disputarse el nacionalismo español más radical y rancio.
Los naranjas fallaron en la anterior ocasión y es probable que repitan error por el encastillamiento acrítico en el que viven. Por no insistir en el desprecio que muestran en todo momento por España Suma, que bien podría arrancar con Cataluña Suma, la autonomía donde ellos y el PP tienen mayores dificultades de conexión con la población. Alejandro Fernández es un buen compañero de viaje, un político inteligente y pragmático cuyo conservadurismo sería en otros tiempos considerado de centro. Pero si la utilidad de Ciudadanos como formación política es percibida como nula por el cuerpo electoral es probable que la dilución sea más rápida y catastrófica que las históricas de UCD y CDS. Deberían aprender de cómo Valls salvó los muebles con una pizca de inteligencia política y un mínimo de coherencia ideológica. Experiencia y sentido común aplicados por quien fue primer ministro de Francia y no ha perdido ningún anillo a la hora de embarrarse en la política municipal de Barcelona, por más minúscula que sea en la actualidad.