¿Quién dijo miedo? Del papel al digital, sin apenas solución de continuidad. Y ya va para cinco años.

Estamos de aniversario en Crónica Global (CG), medio al que me incorporé pocos meses después de su refundación en 2015 por varios motivos, entre ellos no haber hecho caso a Juan Luis Cebrián, exdirector de El País, quien aseguró que a partir de los 50, un periodista entra “en la tercera edad” y carece de perfil digital.

Si algo ha demostrado CG durante estos años es lo muy equivocado que estaba Cebrián y hasta qué punto puede ser enriquecedora una redacción digital donde conviven seniors y juniors, donde la experiencia de los años y la audacia de la juventud generan unas sinergias que compensan cualquier tipo de temores que genera el abandono de determinadas zonas de confort. La crisis económica ha impedido la convivencia generacional en muchas plantillas periodísticas. Afortunadamente, no es nuestro caso.

El periodismo no entiende de soportes analógicos o digitales. Entiende de buenas historias. No hay tecnología que compense la falta de oficio, el que se aprende con los años, o la ambición de quienes empiezan en esta profesión. Una profesión, dicen, de vanidosos, pero aconsejo a quienes, como yo, no son nativos digitales, que disfruten de la experiencia de aprender de los más jóvenes. Aprender, en definitiva. En ese sentido, cinco años han dado para mucho.

En Crónica hemos vivido los años más álgidos del procés, un atentado terrorista y una pandemia sin precedentes. Y de todo ello hemos informado sin apriorismos, sin comprar versiones oficiales y sin casarnos con nadie. Y mucho menos, con el independentismo oficial o los populismos extremos. Es lo que tiene carecer de subvenciones públicas, que te da más libertad y te convierte en un referente.

No es fácil practicar el periodismo de denuncia, y CG lo ha hecho desde que tengo uso de razón digital. Pero el feedback es tan gratificante, que olvidas pronto los insultos e incluso las amenazas de los radicales que preferirían un pensamiento único. ¿Fascismo? La palabra se ha banalizado tanto durante el procés que ya ha perdido su sentido. Vamos a dejarlo en intransigencia o miedo.

Entre las gratificaciones más corporativas, aquellas que no ve ni tendría que ver el lector, está la distinción entre los buenos y malos voceros de gobiernos y empresas, aquellos que encajan con profesionalidad temas que no le son gratos, pero que entienden que, por encima de todo, está el periodismo de calle. El que bebe de fuentes no oficiales. Ahí se genera un vínculo de confianza saludable que nunca entenderán quienes practican el sectarismo o actúan como simple vendedores de una marca.

El desacato al discurso oficialista del procés ha tenido sus costes, entre ellos el ataque a martillazos de los jóvenes de Arran contra la sede de nuestro diario en enero de 2018. Ese día se demostró, ironías del destino, que los transgresores éramos nosotros, y no los cachorros de la CUP, entregados a sus incoherencias ideológicas, aquellas que defienden la libertad de expresión, pero solo la de ellos. Las que arremeten contra el capitalismo y el business friendly, y luego pactan con Convergència.

Ese día entendimos que algo estábamos haciendo bien en Crónica Global cuando los antisistemas elegían un medio de comunicación que todavía no jugaba en la Champions --¡al tiempo!-- para vomitar su odio. Hoy, CG es el digital nativo en castellano más leído en Cataluña y forma parte de un grupo editorial –sí, grupo-- junto a Metropoli Abierta, Letra Global, Coche Global y Culemanía. La casa crece y nosotros también.

Y esto no ha hecho más que empezar.