Un masivo e inédito contingente de catalanes acudió ayer a las urnas. Algo más de cuatro millones de electores, un 82% del censo electoral, participaron en los comicios autonómicos del 21D. Las elecciones convocadas por Mariano Rajoy a dos meses de la aplicación del artículo 155 han dado una muestra más de la tristeza política que vive Cataluña desde hace unos años: el independentismo podrá gobernar, aunque lo haga sin disponer de la mayoría de votos que les permita avanzar en la secesión.

Ciudadanos ha sido el partido más votado en las elecciones al superar el millón de votos. Su mensaje nítido ha tenido un claro y útil respaldo de la ciudadanía. Han sumado los votos que ha perdido el PP, una parte de los que ha perdido Catalunya en Comú y otra parte de los nuevos votantes. Inés Arrimadas ha hecho una buena campaña y ha convencido de su potencial político a 1,1 millones de catalanes. Es la única ganadora de los perdedores, al convertirse en la alternativa y la segura jefa de la oposición en el nuevo Parlamento catalán. Desde algunos partidos de izquierda se les tilda de formación de derechas, aunque los votos conseguidos son de una transversalidad que impide aplicarles ese calificativo.

Miquel Iceta y el PSC no han perdido votos respecto a las elecciones de 2015, pero no han podido sumar los 103.000 que cosechó Unió en aquella convocatoria. La operación de integrar a Ramon Espadaler ha resultado insuficiente para alcanzar un espacio transversal que de manera histórica ocupaba el nacionalismo moderado. Tampoco a la filial de Podemos que lidera Xavier Domènech le ha ido bien en los resultados: pierde más de 50.000 votos y tres diputados en la Cámara catalana. Con todo, sus líderes se felicitaban anoche por el mero hecho de que tenían un horizonte aún peor que el retroceso y que consistía en convertirse en la llave que decantara el nuevo gobierno hacia el independentismo o el constitucionalismo. Ahora, con la clara victoria en diputados del bloque soberanista se liberan de esa decisión que tanto les pesaba.

Las elecciones son una prueba más de cómo el independentismo institucional ha capilarizado la sociedad catalana y de cómo esos dos millones de catalanes viven enfrente de los 2,2 millones que no lo son

El PP es el gran perdedor por partida doble. Pierde en Cataluña y también en Madrid, ya que el Gobierno de Rajoy queda desnudo: no ha resuelto el problema catalán con la rápida convocatoria de elecciones autonómicas (al contrario, está más enquistado si cabe), ha evidenciado que Cs es su relevo natural, tiene a políticos en prisión que le responsabilizan a él de su privación de libertad y deberá dar explicaciones de la victoria del nacionalismo ante sus socios europeos que le dieron un primer respaldo para intervenir la autonomía.

Los independentistas insistían en campaña electoral en que Cataluña no estaba fracturada. Siempre han rehuido esa idea, aunque gobernaran sólo para la parte de la comunidad que secunda sus tesis. Hoy los datos de las votaciones corroboran otra vez la división: dos millones de catalanes les apoyan (47,5%) y 2,2 millones están enfrente (52,5%). Pese a la victoria en votos, y gracias a una ley electoral desfasada, los constitucionalistas no han podido frenar en las urnas la potencia en escaños del soberanismo. Volverán a gobernar la Generalitat de Cataluña, aunque veremos cuál de ellos podrá hacerlo ante la precariedad jurídico-penitenciaria que viven sus líderes.

El independentismo ha ganado (sigue ganando) el pulso al Estado. Las elecciones de ayer fueron una prueba más de cómo ese movimiento institucional ha capilarizado la sociedad catalana y de cómo esos dos millones de catalanes viven enfrente de los 2,2 millones que no lo son. La impericia de Rajoy, la simplificación y los errores cometidos en la gestión del problema político en esta comunidad hacen más difícil resolver una situación agónica y condenan a la ciudadanía catalana a vivir en una comunidad fracturada pero orientada y gobernada por un nacionalismo que no es mayoritario en las urnas, pero tiene suficiente fuerza parlamentaria para gobernar y acrecentar su espacio en los próximos años. Como decía el poeta, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.