A pocos les habrá pasado desapercibido el creciente protagonismo de Artur Mas en los últimos días. Como el Parlament está casi cerrado, la actividad se centra más en torno a las cárceles y a Waterloo; las instituciones están desaparecidas. Todo son gestos, chiringuitos, recuerdos del mandato del 1-O y celebraciones en memoria del 27-O, pese a que fue simbólico, pero que ahora ha sido conveniente recordar para mantener viva la llama de la independencia. Todo es un escenario.

Puestas así las cosas, ¿qué más da estar inhabilitado, condenado o en activo? A Artur Mas se lo han puesto a huevo para salir a escena y dar su versión sobre los hechos que llevaron a la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

La mejor imagen del papel de Mas en los acontecimientos ahora rememorados fue la que publicó La Vanguardia al día siguiente de que Carles Puigdemont, en lugar de convocar elecciones, decidió no hacerlo y conminó al Parlament a que proclamara la independencia. El president daba una rueda de prensa en un ala de la galería gótica de Palau, mientras que su antecesor lo miraba desde el ala opuesta: Mas aparecía en primer plano, y la foto invitaba a preguntarse en qué estaría pensando.

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Artur Mas observa cómo Carles Puigdemont anuncia que no convocará elecciones / LA VANGUARDIA

Aquella escena era la evidencia clara de que Artur Mas no tenía ningún protagonismo en los hechos. Desde que dio un paso al lado en enero de 2016 cediendo a la presión de la CUP, había desaparecido de escena. Intentó controlar algunos hilos de la Generalitat, pero el nuevo inquilino de Palau le paró los pies.

Asistió a alguna reunión en la que se escenificó la soledad y el abismo al que se abocaba Puigdemont aquellos días previos a su salida de España. Pero nada más. ¿Por qué ha querido abandonar el segundo plano en que se había movido hasta ahora? ¿Tendrán algo ver los malos resultados de sus gestiones para incorporarse al mundo de la empresa?

En unos días se sabrá si el Supremo ratifica los dos años de inhabilitación a que fue condenado por la consulta del 9-N, aquella de la que no surgió mandato popular y que ha caído en el olvido. Pero, ¿qué más da ocupar o no un cargo si las instituciones han sido congeladas? Solo sirven de decorado en performances como la presentación del Consejo para la República del martes pasado, a la que Mas asistió desde la primera fila.

Parece ser que Joaquim Gay de Montellà, el todavía presidente de Foment del Treball, se lo presentó el otro día a Adolfo Suárez Illana, hijo del presidente de la transición y dirigente del PP. Lo hizo en el civet de Luis Conde, y lo definió como el hombre que podría mediar con eficacia en el conflicto catalán.

Artur Mas cree que tiene un papel que jugar en el futuro. Por eso daba el otro día su receta de moderación: que la Generalitat utilice los instrumentos que tiene a su alcance --ampliándolos si es posible-- para gestionar los intereses de los catalanes y que deje el camino hacia la independencia y la república a Puigdemont, la ANC, Òmnium Cultural y los nuevos chiringuitos. Oyéndole una propuesta tan sensata, uno no podía dejar de preguntarse, ¿y por qué no lo hizo usted cuando era el presidente de la Generalitat?