Hace tiempo que se avisa: lo de Barcelona tiene mala pinta. La capital catalana, la ciudad nuclear de la principal área metropolitana española, entró en una espiral de decadencia cuando los votantes castigaron a los partidos tradicionales de la derecha y el centro izquierda por su dejadez y ausencia de liderazgos y entregaron la vara de mando a una inexperta, demagógica y sectaria Ada Colau.

Lo que podía significar una evolución progresista de la ciudad ha sido, al final, una involución. En su primer mandato, la activista de vivienda gobernó con la misma petulancia que lo hizo José María Aznar en la segunda ocasión en que alcanzó el poder. Supuestamente son de ideologías distintas, pero la arrogancia les enrasa, pone su chulería ejecutiva a nivel idéntico. En sus decisiones, pero sobre todo en sus pronunciamientos, hay revanchismo y un populismo que convence poco. Le acompañaron en aquel primer periodo algunos dogmáticos resentidos como Eloi Badia, Jaume Asens o Gerardo Pisarello. Se perfumaban con esencias guerracivilistas y cuando en las últimas elecciones municipales perdieron, pero Inmaculada mantuvo la alcaldía como un mal menor, la mayoría de barceloneses creyeron que la necesidad de apoyos externos y el pacto con el PSC de Jaume Collboni moderaría su actuación.

Nada, ni por esas. Con la industria turística horrorizada, el mercado inmobiliario sin enterarse de que gobiernan los pijoprogres, las empresas planteándose la continuidad de algunos proyectos, los restauradores hasta la cafetera de la lideresa y la sociedad civil horrorizada por la pujanza anarco radical de las calles, a la alcaldesa se le ocurre otra de sus brillantes bravatas: en plena crisis económica por la pandemia, Barcelona se plantea un giro copernicano a su movilidad de impredecibles consecuencias negativas.

Cuando nos pueden los eslóganes sucede esto: confundimos los deseos quiméricos con el reino de lo posible. ¿Quién en su sano juicio no desea vivir en un continuo urbano descontaminado?, ¿alguien discute que las vías publicas son espacios de convivencia entre peatones y vehículos en que lo urgente es ordenar con el mejor criterio posible?, ¿existe un solo ciudadano que en estos tiempos discuta las bondades del transporte público si es solvente y está bien organizado?

Doña Inmaculada la moderna tiene entre las manos una guerra contra el vehículo privado, de dos y cuatro ruedas, que puede ser el descabello definitivo a la economía barcelonesa. Su tendencia a la prohibición jamás lleva aparejadas soluciones paralelas. Incurre en errores lamentables que después solventa con chapuzas y parches puntuales como los relativos al parque de vehículos de bajas emisiones. ¿Cómo piensa la alcaldesa que el parque móvil de la ciudad prescinda de la noche a la mañana de vehículos contaminantes por otros que no lo son? ¿Sancionando su uso?

En una entrevista que publicaba ayer La Vanguardia la lideresa de Barcelona, al ser preguntada por el perjuicio de sus planes para los trabajadores que utilizan los coches para desplazarse, más todavía en un momento de psicosis sanitaria, ella respondía: “No se está prohibiendo el uso del coche, quien lo necesita lo está utilizando”. Y así, entre gerundios, construye su relato como el asesino que le explica al juez que la víctima se interpuso fatalmente en la trayectoria de su disparo.

Ella, mientras se empecina en quitar coches y motos de las calles de Barcelona, es la responsable de un transporte público que no cubre las necesidades reales de movilidad de más de 200.000 ciudadanos que acceden a diario. Entre otras razones, porque su incapacidad para resolver los problemas de vivienda ha expulsado del núcleo urbano hacia localidades metropolitanas próximas a infinidad de clases populares que no han proseguido en la ciudad en la que nacieron y vivieron. Personas que mantienen su vínculo con la Ciudad Condal por razones familiares, de trabajo o de gestiones diversas tienen dificultades para efectuar su desplazamiento diario en ese transporte público que depende de la alcaldesa y de la Generalitat desde hace casi tantos años como los que se gestiona con manifiesta ineficacia.

Por no hablar de la bicicleta, su gran apuesta sustitutoria. Hasta los más convencidos, la asociación Amics de la Bici, se quejan de que la ordenación en carriles que hizo el primer gobierno de Colau no sea más que “un puñado de rayas” sin continuidad.

Se da la circunstancia de que Barcelona es la ciudad de Europa con más motocicletas en la vía pública. Le siguen París, Roma, Berlín y Lisboa, en orden descendente. Por la propia climatología, una historia vinculada a la industria del motor y las competiciones, una orografía propicia y la excelente ordenación urbanística que legó Ildefonso Cerdà, la ciudad de los prodigios es también la de los vehículos de dos ruedas. Lo recuerda el RACC de forma regular, quien seguro más entiende del asunto. Pero las restricciones de tráfico y de aparcamiento pondrán también en jaque a los usuarios de un método de desplazamiento urbano que evita el colapso del transporte público en especial cuando la pandemia nos lleva a observar distancias de seguridad sanitaria.

Ni coches ni motos. Bicicleta y patinete como instrumento para moverse y, después, el desplazamiento a pie. Está muy bien, es muy sano, pero la alcaldesa podría promover una iniciativa personal y enseñarnos a los ciudadanos cómo dará abasto a su agenda si ella se aplica el cuento. Imagínenla en vez de circular con el cochazo híbrido que el consistorio acaba de renovar paseando por las calles de la localidad rodeada por sus escoltas y aduladores. Podría calzarse unos auriculares y escuchar La casa por el tejado, de Fito & Fitipaldis mientras andurrea. Daría para una campaña sobre las bondades del ejercicio y la vida saludable. Sólo debería comprometerse a mantener el mismo nivel diario de actividad que hoy desarrolla como edil gracias a la movilidad rodada. Si es capaz nos tragamos todo lo dicho hasta el momento y pedimos un monumento para ella en la plaza de Catalunya. Pero, si como es previsible, eso resulta imposible, es hora para que la sensatez y todas las voces posibles de la sociedad civil se alcen para decirle a la alcaldesa y su corte de palmeros funcionariales que los experimentos es mejor dejarlos para la gaseosa. No queremos una Barcelona esclerótica porque la cirugía de su alcaldesa sea tan jodidamente amateur.