Armas decomisadas por los Mossos d'Esquadra
Tres armas al día
Cuando se decomisan más de tres armas al día, cuando los disparos suenan en espacios compartidos y cuando los ajustes de cuentas se concentran en el calendario, algo está ocurriendo. Y merece ser analizado con rigor.
Un hombre ha muerto este lunes, 22 de diciembre, en Castelldefels (Barcelona) tras recibir un disparo en plena vía pública, a plena luz del día.
24 horas antes, este domingo, en Tarragona, cerca del campo del Nàstic y en una zona boscosa, aparecía el cuerpo sin vida de otro hombre con un balazo en la cabeza. En este segundo caso, los investigadores tratan de esclarecer si se trata de una muerte violenta o de un posible accidente en un entorno de caza.
Pero el dato es incontestable: en apenas un día, dos episodios con arma de fuego vuelven a situar a Cataluña frente a un fenómeno que incomoda, inquieta y obliga —una vez más— a hacerse preguntas.
No es solo el suceso aislado. Es el contexto en el que se produce.
En los primeros seis meses del año, los Mossos d’Esquadra han decomisado 580 armas de fuego en Cataluña. Más de tres al día. De enero a junio. 283 armas cortas y 297 largas. Son cifras oficiales y, aunque suponen una reducción respecto a 2024, siguen siendo números que llaman la atención.
Desde la Generalitat se lanza un mensaje de calma. Y no es un mensaje vacío. La mayoría de estas armas no están en manos de ciudadanos ajenos al delito ni responden a una violencia aleatoria. Se utilizan, fundamentalmente, para proteger plantaciones de marihuana o en ajustes de cuentas entre organizaciones criminales.
Violencia criminal contra criminal. Un fenómeno conocido, acotado y, en teoría, controlado.
Pero el matiz es relevante: cada vez más episodios se producen en espacios públicos. Y eso cambia la percepción.
Este mes de diciembre hubo un tiroteo en Gavà sin heridos. A finales de septiembre, once casquillos aparecieron en Sabadell tras otro episodio armado. En Mollet, a mediados de ese mismo mes, un tiroteo dejó una víctima mortal.
En el Fórum, el propietario de un bar resultó gravemente herido por un disparo. En Lleida, un hombre mató a su yerno de varios tiros en plena calle. Este verano, los ajustes de cuentas entre clanes de los Balcanes derivaron en los crímenes de la calle Consell de Cent y, posteriormente, en un intento de asesinato en la calle Compte Urgell de Barcelona. Terrassa. L’Hospitalet. Demasiados escenarios para un mismo patrón.
¿Estamos ante una violencia indiscriminada? No.
¿Existe una amenaza directa contra la ciudadanía? Tampoco.
¿Pero ayudan estas cifras y esta reiteración a mantener la sensación de seguridad? Difícilmente.
Cataluña ha visto cómo, en los últimos años, su mapa criminal se ha transformado. La consolidación de organizaciones dedicadas al narcotráfico —especialmente al cultivo de marihuana, pero también al tráfico de cocaína— ha traído consigo un elemento inevitable: más armas circulando. Armas para defender cultivos, para intimidar, para ajustar cuentas. Armas que no siempre se quedan en la sombra.
Hace unos meses, quien firma estas líneas defendía que 'No somos el Bronx'. Y esa afirmación sigue siendo válida. Cataluña no vive una espiral de violencia armada fuera de control. Pero también es cierto que ya no podemos despachar estos episodios como meras anécdotas.
Cuando se decomisan más de tres armas al día, cuando los disparos suenan en espacios compartidos y cuando los ajustes de cuentas se concentran en el calendario, algo está ocurriendo. Y merece ser analizado con rigor.
Desde la Conselleria de Interior se está trabajando, se están analizando patrones y se está actuando sobre un fenómeno extraordinariamente complejo, vinculado a dinámicas criminales internacionales, rutas del narcotráfico y economías ilícitas que no entienden de fronteras municipales ni de estadísticas simples.
No es un problema fácil ni de solución inmediata.
El reto, por tanto, no es solo policial. Es también institucional y comunicativo: explicar sin banalizar, actuar sin sobreactuar y no permitir que la repetición convierta lo excepcional en costumbre.
Porque el verdadero riesgo no es solo que haya balas.
Es que dejemos de sorprendernos cuando aparecen.