La culpa la tiene la televisión. Tardar 43 años en denunciar que alguien te ha metido mano puede parecer una eternidad, pero hay que entenderlo, se ve que a la señora le refrescó la memoria la serie “Anatomía de un instante”, o eso dijo. Mientras la mayoría de espectadores contenían el aliento al ver entrar a Tejero en Congreso pegando tiros, o a Gutiérrez Mellado encarándose a hombres armados a base de gritos, una señora ya entrada en la sesentena no tenía ojos más que para Suárez, y entonces recordó que el muy ladino se aprovechó de ella cuando era jovencita. Es la magia de la televisión, que nos trae a la memoria lo que nos sucedió hace casi medio siglo. Yo mismo, el otro día vi la reposición del “Un, dos, tres”, y me vi a mí mismo de niño, encerrado en el baño y aliviándome mientras pensaba en una de las secretarias del programa, Agata Lys en concreto, a la cual acababa de ver en minifalda en la pantalla, menudos muslos.
A mí no se me ocurrió denunciar a aquella secretaria de grandes gafas y escasa falda, aunque no lo descarto en un futuro, depende de cómo prospere la denuncia contra Adolfo Suárez. Sostiene la entonces muchacha y ahora tal vez abuela, que visitaba a menudo al entonces presidente en su despacho, aun sabiendo lo que allí sucedería, se conoce que no podía resistirse y regresaba una y otra vez al lugar del crimen. No tuve yo la misma suerte con Agata Lys, pero bien capaz soy de pergeñar un relato similar al de la denunciante tardona, a ver si los medios también se hacen eco de mi historia y algún político solicita retirar el nombre de Agata Lys de algún aeropuerto que se llame así.
Como Suárez está muerto, le debe de dar igual que al cabo de 43 años le acusen de aprovecharse de una chica de 17. De hecho, le da igual a todo el mundo, salvo a Podemos, que ha exigido que se le retiren a Adolfo Suárez todos los reconocimientos, desde el nombre en el aeropuerto de Madrid hasta el carné del videoclub. Podemos es un partido que va más bien escaso de programa político -y mejor así, porque cuando consigue promulgar una ley, sale al revés de lo esperado, no hay más que recordar la de “Solo sí es sí” rebajando condenas a violadores-, así que se agarra a cualquier clavo ardiendo para que parezca que hace algo útil para la sociedad, aunque el clavo sea una abuela contando batallitas de hace medio siglo.
Según el relato de la buena y ultrajada señora, lo que le gustaba a Suárez era que le realizara felaciones, y ella, buena alumna, a ello se aplicaba, a ver quién le niega un francés a todo un presidente del gobierno, aunque sea español. E incluso repetía al cabo de unos días, lo que demuestra que además se trataba de una chica aplicada, con ansias de mejora en todo aquello que llevaba a cabo, una perfeccionista, vamos. Después de aquellos episodios, contaba a quien quisiera escucharla -familiares, amigos, camareros, confesores, psicólogos...- que cada vez que visitaba a Suárez en su despacho, se quedaba con la boca abierta. En lugar de alarmarse, todo el mundo asentía con orgullo, incluso algunos envidiaban su suerte, quién iba a sospechar que lo decía en sentido literal y no figurado.
-Dice mi niña que otra vez se ha quedado con la boca abierta al ver a Suárez, es que este hombre tiene un no sé qué- contaba su madre a las vecinas.
La memoria es tan traidora que, normalmente, recordamos solo los aspectos más agradables del pasado. Seguramente es lo que le sucede a nuestra madura denunciante, que, llegada al otoño de su vida, piensa no sin cierta añoranza en lo bueno que le sucedió de jovencita, lo mismo que me sucede a mí cuando pienso en las secretarias del “Un, dos, tres” y mis visitas al baño antes de irme a la cama.
