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El presidente del Barça, Joan Laporta, y el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni

El presidente del Barça, Joan Laporta, y el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni

Zona Franca

Barcelona y el Barça: pérdida de identidad

"Laporta es el presidente, pero tiene que ceder en cosas; ni siquiera el mandamás puede mandar absolutamente en todo lo que afecta al club"

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Caminas por las calles de Barcelona y donde antes escuchabas catalán, ahora escuchas francés, italiano o inglés.

Paseas en busca de una buena escudella catalana para combatir el frío, pero donde estaba el viejo Casoa, ahora reina un local llamado Savta Sandwich Shop BCN. Tienen buenos bocadillos y una sabrosa hamburguesa, aunque el trato es mucho más impersonal. Es normal, son empleados muy jóvenes, venidos de fuera, que solo buscan ganarse unos duros para poder disfrutar a fondo de nuestra amada ciudad.

Su política es de self-service, pagas primero, luego esperas a que te lo preparen y, cuando hayan terminado de comentar sus gossips y lo tengan listo, te lo llevas (tú) a la mesa. Si te sientas antes de tener tu comida y te distrae una llamada inesperada, no esperes que te lo lleven ellos. Business es business y las reglas son las reglas. ¿Dónde queda la flexibilidad del Casoa? 

El viejo Eduardo, propietario del local que pasó de Casoa a Savta --tras un intento frustrado de sushifusiónbrunchveggiesaludable entre medias que nunca llegué a comprender-- hacía un menú diferente cada día. Pero él no trabajaba el clásico menú del día a 10 euros. Simplemente, se levantaba y se inspiraba con ánimo de complacer a sus comensales.

No diremos que no pensaba en la pela, perquè som catalans i la pela sempre serà la pela, pero el enriquecimiento no era el objetivo principal en el Casoa. Eduardo se lo pasaba pipa viendo como los asiduos disfrutaban de sus lentejas, sus macarrones a la boloñesa con zanahoria, sus fideus a la cassola, garbanzos, fricandó de ternera, pollastre rostit... y sus BRU-TA-LES croquetas de jamón --no tenía por qué ser ibérico-- echas artesanalmente, una a una. 

Eduardo siempre decía que la mayoría de los que presumen de hacer croquetas caseras mienten. "Con el trabajo que da hacerlas solo de un sabor, ni te puedes imaginar lo que tiene que ser hacerlas de cinco o seis". Hay buenos establecimientos que te pueden ofrecer hasta 10 o 20 croquetas distintas, pero no tienen la desfachatez de decir que las hacen ellos. Las compran preparadas y congeladas, listas para freír. Pueden ser caseras y artesanales, pero no las han hecho ellos.

Sin embargo, hay cientos de sitios en nuestra querida ciudad donde aseguran que las han preparado en su cocina y luego saben igual y tienen el mismo tamaño que las del bar de al lado. No mientan, por favor. "Si quieres croquetas caseras de verdad, no vayas a sitios con más de dos o tres variedades", reflexionaba.

Podríamos seguir hablando del Casoa, pero es tan solo un minúsculo ejemplo que ilustra la pérdida de identidad en una ciudad que no para de transformarse. El Savta es una nimia víctima colateral, pero deben saber que sus hamburguesas son sabrosas y salen a un precio razonable para la situación actual. No hay afán alguno contra ellos, de verdad.

Quizá molestan un poco más los Vivari que proliferan como hormigas en lugar del forn de tota la vida. Si hablamos de pizza, es una locura. Ya estamos cerca del sorpaso: llegará el día en que existan más pizzerías en Barcelona que restaurantes de comida catalana. Pero nada en contra de la pizza, eh, que es una maravilla gastronómica.

Los que hacemos algo de vida en el barrio, hemos tenido que cambiar el Casoa --o el Funicular, que bajó la persiana hace escasos meses-- por el chino del Tete. Se llama La Trobada y no se equivoquen, es lo más parecido que hay a la comida catalana en el centroderecha de L'Eixample.

El Tete te puede sorprender con nuestro querido arroz a la cubana, las lentejas con chorizo y una paella de marisco que supera a muchas que cuestan tres veces más en la urbe. Y, oiga usted, todavía mantiene el menú de 15 euros con dos platos, postre casero y la posibilidad de beber vino y gaseosa. ¡Menudo lujo! 

Donde estaba el Txapako, regido por un extremeño que siempre tenía a disposición una grasienta pata de jamón de jabugo cuyos cortes sabían a gloria, ahora nos encontramos a Cajún Barcelona. No sé qué tendrá su pollo de cajunero, pero de Barcelona tiene muy poco. Su pollo frito recuerda mucho más al de Kentucky.

Al lado, el Bar Anita, especializado en brunch --con mucho aguacate, todavía más huevos benedictinos y pizza flow--, ocupa el espacio del antiguo Wembley después de un par de intentos fallidos. Es como que todo cambia mucho y muy rápido, ¿no? 

En el Barça, que como ven no es el tema principal de la columna de hoy, también estamos viviendo un proceso de transformación semejante. Posiblemente, lo más añejo que queda del club es el presidente, un Joan Laporta que todavía mantiene la esencia de esos presidentes noventeros que tenían más morro que espalda, por no hablar de otras partes del cuerpo. Desparpajo, carisma, oratoria, reflejos y sentido del humor, atributos que le convierten en un dirigente siempre dispuesto a la batalla dialéctica. 

Le tocará hacer uso de sus virtudes para las próximas elecciones a la presidencia, que han empezado a calentar este frío invierno que se ha instalado, cual expat, en nuestra amada Barcelona.

Víctor Font presiona y Xavi Vilajoana tiene ganas de darle duro. Mientras tanto, el FC Barcelona como institución se empeña en acabar con la tradición: ¿recuerdan aquello de llevar el carnet de abonado encima para poder entrar al estadio? Pues vayánse olvidando. La tecnología ha dictado sentencia y si el socio tiene que entrar más tarde al estadio porque colapsa el sistema o se produce un error informático, oiga usted, no es para tanto. 

Laporta asegura que no hará "un Putin o un Maduro" para perpetuarse como presidente del Barça; es decir, no prevé cambiar los estatutos para poder volverse a presentar algún día. No tiene intención, dice, de aferrarse a la poltrona presidencial. Pero sí apuesta por unas políticas cada vez más dirigidas al turista y menos al socio.

Se palpa en los partidos, tanto en Montjuïc como en el Camp Nou, y se ve con la disolución de la Grada. También genera polémica su apuesta por las asambleas telemáticas y no presenciales. Sin embargo, en cuestiones de comunicación, tecnología y mascotas, se deja asesorar con acierto. 

Laporta es el presidente, pero tiene que ceder en algunas cosas. Ni siquiera el mandamás del Barça puede mandar absolutamente en todo lo que afecta al club. Eso sí, como diría Kutxi Romero, en su estómago sigue mandando él. En Via Veneto y Botafumeiro lo saben bien. Y a los que somos un poco más austeros, siempre nos quedará La Cova Fumada, el Gelida o Can Vilaró. ¿O no?