La peste porcina africana (PPA) vuelve a España 30 años después. Y lo hace de la forma más desconcertante: un acto de canibalismo gorrino.

La teoría que gana peso sobre el foco de contagio es que un jabalí se comió un bocadillo de fiambre contaminado en los alrededores de Collserola, del mismo modo que el origen del Covid-19 estaba en una sopa de morciguillo infectado –extremo nunca confirmado–.

Y en esas estamos. Mientras el sector cárnico acusa el golpe que suponen estos contagios entre la descontrolada y excesiva fauna salvaje –aunque ninguna granja ha registrado positivos–, andamos pendientes de cómo empezó todo. ¿Lo sabremos?

De igual manera que el laboratorio de Wuhan en el que se trabajaba con el coronavirus jamás tuvo nada que ver con aquella pandemia, el laboratorio de Bellaterra que lleva años con la PPA entre manos tampoco sabe nada de este asunto. Las medidas de seguridad son infranqueables. Un búnker, dicen.

De modo que solo queda buscar explicaciones mucho más razonables, como que el virus llegara de otro país pegado en algún neumático, en alguna suela, o en un bocadillo contaminado que alguien tiró en un lugar de paso.

A esta hipótesis se aferra el Govern y, aunque se pueda confirmar, abre otras preguntas. ¿Cómo llegó esa comida a Cerdanyola? Se comenta que tuvo que llegar de países lejanos, eurasiáticos, donde conviven con la PPA de manera habitual.

¿Y de dónde procede el resto de enfermedades que sufren los animales en los últimos meses? Dermatosis nodular, gripe aviar, un virus que mata tórtolas… ¿Estamos ante las diez plagas de Egipto? ¿Son el mensaje del fin del sistema que conocemos?

Por lo menos, nos quedaremos con que son varias las fuentes que coinciden en el buen trabajo del conseller de Agricultura, Òscar Ordeig, en todas ellas. Después de muchos años, parece que hay alguien al volante, aunque vaya en primera.