El presidente de la ANC, el otrora cantautor Lluís Llach, se desdice sobre Sílvia Orriols a las puertas de la mani indepe de la Diada: “Si lo he dicho, me he equivocado”.

Son palabras que el autor de L’estaca ha pronunciado en Ràdio 4 este mismo martes mientras conducía bajo la lluvia, y que se refieren a su oposición inicial a que Aliança Catalana participase en la marcha separatista que él convoca.

Llach acostumbra a ir de cara, aunque en su momento se hiciera el remolón para ponerse al día con las cuotas de la ANC, y a menudo le cuesta distinguir entre la persona y el personaje, entre lo que dice su DNI y lo que representa; en este caso, a un colectivo.

Claro está que la Diada hace tiempo que dejó de ser una celebración de todos los catalanes –si es que eso ocurrió alguna vez–, y que, tras los años álgidos del procés, en los que el secesionismo se apropió de ella, hoy, uno de los actos centrales de la jornada, la manifestación, es una caricatura de lo que fue. Menos recorrido. Menos personas. En definitiva, menos creyentes.

En otras palabras: no están los organizadores para hacerle ascos a nadie. Por más ultra que sea Orriols. Por mucho rechazo que genere en los poseedores del tarro de las esencias (ERC, Junts, CUP, ANC, Òmnium). Se la tienen que comer si quieren que la foto luzca. Porque sube en las encuestas. Mueve masas.

Es en este escenario en el que Llach se desdice este año sobre el veto a Aliança Catalana a la manifestación. Porque, defiende, esto no va de partidos, sino de reavivar la llama del poble, y ahora todo independentista es bienvenido. A los demás ciudadanos, que son mayoría, ni se les contempla.

El independentismo es un sentimiento, una cuestión de fe, y solo eso. No tiene mimbres. Nadie tiene la fórmula para lograr una ruptura de España beneficiosa para todos. O, mejor dicho, cada uno tiene la suya, pero ninguna funciona. No existe. El separatismo está dividido. Y ni siquiera la “equivocación” de Llach con Orriols va a pegar los pedazos de lo que fue un movimiento que sigue vivo, pero que atraviesa sus horas más bajas.