La histórica sociedad Miguel Torres, de Vilafranca del Penedès, se encuentra en un momento crucial de sus 155 años de historia. El presidente Miguel Torres Riera, que ya arrastra 84 años a cuestas, lleva cuatro décadas bregando al frente del negocio. Desde hace tiempo madura la idea de traspasar las riendas a su hijo varón y hereu Miguel Torres Maczassek, de 51 años, miembro de la quinta generación de esta prestigiosa estirpe de viticultores. Al parecer, no ve el momento propicio para dar el paso definitivo y las dudas le embargan.

Tal como explicó en julio Crónica Global, despachó al vástago a Estados Unidos durante una temporada, para que completara de una vez por todas su formación como gestor. Pero ha transcurrido ese plazo, la situación apenas ha cambiado y sigue empantanada. El heredero en ciernes está casado con una periodista norteamericana, de familia abstemia.

El patriarca tiene otras dos hijas, Mireia y Ana Margarita, mayores que su hermano Miguel. La primera es química. Ejerce de responsable de innovación y conocimiento del grupo. La segunda es cirujana plástica. Dirige su propio gabinete médico en la calle Mallorca, de Barcelona, llamado Instituto Dra. Ana Torres, y trabaja asimismo en la clínica Teknon.

Pese a que no era el primogénito, Miguel Torres Riera fue distinguido en su momento como hereu por su padre, el legendario Miguel Torres Carbó, fallecido en 1991. Recibió de él un paquete mayoritario de acciones del emporio.

Uno y otro son los artífices de la vasta expansión internacional de la heredad. Además, esta mantiene hoy el segundo puesto del escalafón de Cataluña, solo superada por Freixenet y seguida a corta distancia por Codorniu.

Entre los dos últimos y Torres, es de subrayar una diferencia sustancial. Aquellos perdieron para siempre su preciado estatus privado, cuando acordaron dar entrada en el capital a conglomerados foráneos.

En cambio, Miguel Torres conserva contra viento y marea su condición de compañía netamente particular. El actual prócer Torres Riera dijo en una ocasión que los gestores pueden cambiar, pero lo que no mutará nunca en la casa es el control absoluto por parte de la familia.

El consorcio alberga unos bienes muy valiosos. Su partida estelar se compone de 80 marcas de vinos, 15 de destiladas y 15 más de alimentación. Sus caldos se venden en cien países, gracias a la ingente labor comercial de los mil empleados.

La interinidad que vive la cúpula corre paralela con una racha desfavorable de los resultados. Las ventas se mantienen estancadas desde hace trece años. Y en el postrer sexenio las cuentas se han sumergido en un océano de tinta roja. En tal período ha encajado unas pérdidas de 41 millones. El año pasado todavía persistió el mal tiempo. La facturación tornó a encogerse hasta los 234 millones y el quebranto fue de casi 5 millones.

El accionariado de este gigante barcelonés de la agricultura se reparte así. Miguel Torres Riera controla el 61%. Los tres descendientes de su hermano Juan María, el 18%. La tercera hermana Marimar, residente en EEUU, el 18%.

La abundante literatura sobre la materia subraya que los procesos de sucesión encierran uno de los mayores desafíos de las empresas, debido a que la mescolanza de intereses personales y corporativos puede generar serios conflictos de interés.

Se citan como factores determinantes la resistencia del fundador o mandamás a ceder el poder, la falta de liderazgo del seleccionado y las expectativas mostradas por los restantes miembros de la saga.

Miguel Torres se fundó en la lejana fecha de 1870. Su trayectoria contradice por completo el vetusto dicho de que el abuelo funda el negocio, el hijo lo engrandece y el nieto lo hunde, pues la compañía ha logrado perdurar hasta la quinta generación. Pese a las tensiones latentes y las vicisitudes pasadas, todavía embalsa unos activos formidables y un caudaloso patrimonio de 250 millones.