Un investigador catalán, Sergi Costafreda González, profesor de Psiquiatría del Envejecimiento en la University College of London (UCL), colaboró en el reporte anual de la comisión permanente de la prestigiosa revista Lancet sobre demencia, publicado un año atrás.
El trabajo [leer aquí], cuyas conclusiones aún resuenan en toda la comunidad científica, concluye que el deterioro cognitivo en personas mayores se vincula directamente a catorce factores que intervienen durante el curso vital.
Los coautores del estudio citan algunos activadores esperables, como la elevada presión arterial o el colesterol alto. Pero también mencionan otros potenciadores del riesgo de demencia que uno no aguarda, como la pérdida de visión o el aislamiento social.
Y este último determinante no ha pasado desapercibido para la comunidad investigadora. Señalar la soledad como causante directo del debilitamiento de células nerviosas del cerebro y la médula espinal es revolucionario.
Ya no es solo que la falta de conexiones sociales con otras personas castigue la salud, es que lleva al fallecimiento en el largo plazo. Por medio de otros episodios interpuestos, claro, como los accidentes cerebrales o vasculares. Son algunos percances de salud a los que lleva la demencia.
La soledad, pues, mata. La falta de relación con los otros cuando uno es mayor conduce --concluye el trabajo de Lancet-- al deterioro cognitivo, a la pérdida de facultades y capacidad, a la imposibilidad de valerse por sí mismo y, en última instancia, la última consecuencia.
El hallazgo de la comisión permanente de Lancet debería haber copado portadas, horas de tertulia televisiva y radiofónica y newsletters digitales de los medios. No lo hizo, por el motivo que fuera, pero ello no significa que sea menos importante.
Ya ha quedado establecido que la soledad en la edad muy adulta pasa la factura más gravosa. Ahora, deberíamos ponernos todos manos a la obra para evitarla o, al menos, mitigarla.
En la sociedad hiperconectada a tiempo real, descubrimos que cada vez más personas --también jóvenes, paradójicamente, algunas de las cuales recurren a la inteligencia artificial (IA) para hablar antes de quitarse la vida, como explicó la periodista Laura Riley en The New York Times--, muchas personas que viven su madurez vital se están quedando solas. Son pasto de la merma de capacidad, que aguarda pacientemente a que se aleje el último ser querido o amigo para golpear.
Se impone una reflexión colectiva, pues, para que nadie, o cada vez menos gente, se sume en ese aislamiento social que los firmantes del estudio ven potencialmente letal. Que sirva de estímulo para ponerse en marcha, si es que consideramos que se trata de un problema que debamos abordar.
Por lo pronto, un grupo de investigadores ha reparado en él, y la comunidad científica parece sensibilizada. Falta que todos tomemos cartas en el asunto, también los poderes públicos.