Los apellidos son un mundo. Conocer sus orígenes es entretenido. Se puede suponer de dónde vienen algunos de ellos, según si se refieren a una profesión o a un lugar, o a rasgos morales de un individuo, entre otros. Rufián, Botín, De Oro-Pulido, Zapatero, Casado y Duque dan muchas pistas. También las dan los de los presidentes de la Generalitat.

En cierto modo, se puede hacer una analogía entre los apellidos de nuestros presidents con su legado. No hay que olvidar que la mayoría de ellos ha gobernado con una hoja de ruta nacionalista, de mayor o menor grado, con rumbo a la tierra prometida. Una tierra que empezó con una moderada colina o cerro, un Pujol, en catalán.

El hoy nonagenario expresidente, rehabilitado en los últimos tiempos después de años de travesía tras su confesión y a la espera del juicio de todo el clan familiar, fue quien puso los cimientos de lo que vino después. Él creó algo así como una unidad de explotación agrícola tradicional integrada por una casa de payés, cultivos y establos: un Mas, en catalán.

En otras palabras: un chiringuito político de favores a cambio de favores que se fue haciendo grande, y en el que el deseo de construir esa tierra prometida sepultó toda intención de gestionar lo público. El conflicto escaló hasta la cima, hasta el Puigdemont –palabra que no existe, pero que puede traducirse como tal–, y se recondujo.

Antes, de todos modos, hubo que soportar a personajes que trataron de salvar su mas, que es sinónimo de Torra. Qué casualidad. Pero se recondujo. Eso sí, con mucha ley y con muchas cesiones y concesiones a quienes quisieron destruirlo todo con la falacia de que construirían algo mejor sobre los escombros, cuando solo miraban su ombligo.

Hoy, la situación es distinta en Cataluña. Hay muchas cosas por hacer, por mejorar. Reproches. Mentiras, medias verdades y cambios de opinión. Cuestiones que se podrían hacer mejor. Otras, que se arrastran del nacionalismo por miedo o por complejo. Pero, al menos, la ciudadanía percibe el regreso de la gestión. Y eso es mucho para quienes hemos soportado tantos años de procés. Cataluña no es tan paradisíaca como cuando se piensa en una, ojalá, pero es una isla, o Illa, comparado con lo que ha sido.