Hay cosas que no deberían pasar. Y, sin embargo, pasan. Aliança Catalana era una rareza. Un experimento local. Una alcaldesa con discurso grueso, estética dura y verbo rápido. Ripoll, el laboratorio. El Parlament, el escaparate. Y ahora, quién sabe, quizá el Congreso como siguiente parada.

A estas alturas, nadie lo ha confirmado. Pero en su entorno más cercano ya lo dan por hecho. Que Sílvia Orriols se presenta a las generales. Que se lanza a por Madrid. Que quiere escaños. Micrófono. Foco. Cámara. Bronca.

No sería solo un salto político. Sería un salto al vacío. Para todos. Su partido se expande como un gas inflamable. Ya tiene estructura en media Cataluña. Sondeos a favor. Militancia encendida. Un relato bien trabajado. Y algo aún más importante: enemigos por todas partes.

Sílvia Orriols, líder de Aliança Catalana

Sílvia Orriols, líder de Aliança Catalana Alberto Paredes Europa Press

Su propuesta no engaña. No matiza. No dulcifica. Es nacionalismo desacomplejado. Muy de derechas. Más que Vox. Con menos vergüenza. Más directa. Más gritona. Más eficaz. Odia lo que debe odiarse, según sus códigos: inmigrantes, islam, multiculturalismo, progresismo, Europa, Madrid y a ratos, incluso, el catalanismo tibio.

Eso sí, gobernar, lo que se dice gobernar, poco. Aliança se ha ausentado del 81 % de las comisiones legislativas. Casi nada. Pero no se equivoquen: su electorado no se lo reprocha. Lo aplaude. No ha ido a legislar. Ha ido a dinamitar. Orriols no trabaja en comisiones. Trabaja en X (antes Twitter). Allí da mítines, reparte adjetivos y reparte carnets de traidor. Mucho más rentable. Y más rápido.

Mientras tanto, sus rivales se pierden en trámites. En mociones. En discursos sin filo. La CUP pide sanciones. Junts protesta. ERC bosteza. Y ella crece. Paso a paso. Meme a meme.

Lo realmente irónico es que todo esto ocurra mientras España se tambalea. Gobierno sin mayoría. Coaliciones rotas. Tensiones permanentes. Cataluña, en cambio, vive una calma inquietante. Como si respirara antes de gritar. La inestabilidad española podría ser, sin quererlo, el mejor regalo para Orriols. El viento de cola. El trampolín.

Si finalmente se presenta, el Congreso escuchará hablar de Ripoll más que nunca. Pero no para bien. Se escuchará el discurso de siempre, pero con acento catalán y sin remilgos.

Entonces ya no será una anécdota comarcal. Será otra pieza más en el puzle europeo del nacionalismo y populismo ultra. Otra voz que grita donde los demás discuten. Otra grieta en un edificio político que hace aguas por demasiados lados.

Cataluña tiene un problema. España, posiblemente, uno todavía mayor.