La inesperada salida de Seat, el lunes, de Wayne Griffiths pilló a los trabajadores, al sector automovilístico y al mundo económico y empresarial con el paso cambiado.
El adiós, oficialmente por motivos personales, se ha producido entre la falta de información al respecto y la extrañeza por el repentino cese.
Máxime cuando, hace dos semanas, Seat presentó sus mejores resultados, dijo que su trabajo era “un sueño” y deslizó que, a sus 59 años, tenía la intención de terminar su andadura profesional en la automovilística del Grupo Volkswagen.
El casoplón que recientemente adquirió en Sitges reforzaba esa convicción, ese mensaje. Y acababa de renovar, el pasado año, su vínculo para seguir liderando Seat y Cupra, aunque este extremo no se había oficializado.
Pero, de un día para otro, Griffiths decidió dejar el Grupo Volkswagen tras 37 años de trabajo en diferentes ámbitos de la casa, según el comunicado oficial, refrendado por el protagonista, horas después, en un mensaje en LinkedIn.
Un mensaje en el que no expone las razones de su adiós. Ninguna pista. ¿No puede? Solo aparece sonriente en una fotografía. El rebelde ejecutivo dice desconocer a dónde le llevará el destino.
Ante la falta de datos –en Alemania, el caso ha pasado bastante desapercibido–, las primeras informaciones acerca de su salida se han centrado en el buen trabajo realizado y en la consecución de los principales objetivos.
Por ello, y pese al escueto comunicado oficial de Volkswagen (firmado, por cierto, por un portavoz de Alemania), un titular en el Canal 324 sorprendió ayer al afirmar que ‘Volkswagen prescinde de Griffiths’. Tampoco entró en detalles.
Otras voces autorizadas han secundado esta versión. La cuestión es que su salida ha sido fulminante –el lunes ya no acudió al comité ejecutivo, aunque se le esperaba–. No todo el mundo sabe hacer una buena gestión del poder.