El aterrizaje del independentismo parece irreversible. El nacionalismo catalán que antaño soñaba con la separación ha pasado a tener una silla en el consejo de una empresa semipública del Estado. En la figura de Ramon Tremosa, antaño uno de los más locuaces partidarios de la secesión.
Paradójicamente, el próximo nombramiento del concejal en Barcelona en el órgano de gobierno del gestor aeroportuario sólo confirma que no hay despegue alguno del independentismo catalán. Esta parte de la sociedad catalana ha pasado de vender que "el Departamento de Estado de EEUU podría reconocer la independencia de Cataluña" -lo dijo el propio Carles Puigdemont en el Tarraco Arena el 14 de septiembre de 2017- a estar al timón de una de las empresas patrias con más solera. Y que antaño era objeto de sus más virulentas críticas.
Ello dará argumentos a los que bendicen la normalización catalana, aunque hay otra historia anterior. Parte del nacionalismo catalán ha pasado de querer una aerolínea de bandera propia de Cataluña (Spanair) a participar de la gestora aeroportuaria. Y ello, a tenor del resultado de una y otra iniciativa, son buenas noticias.
Cabe recordar que el experimento de Spanair terminó con un agujero colosal, que las instituciones de autogobierno estuvieron pagando años. El juzgado Mercantil número 10 declaró culpable la insolvencia, aunque la Audiencia Provincial terminó revocando la decisión.
En el consejo de la operadora figuraban próceres de la Cataluña de la Blackberry como Ferran Soriano, Tatxo Benet, Josep Mateu o los Bagó. La propia Generalitat entró en la aventura de la mano de Avançsa, y terminó enterrando 220 millones en el fiasco.
Sólo la segunda instancia judicial salvó a todo el consejo de terminar siendo pasto de una instrucción penal.
Años después, el independentismo, ya sin aerolínea propia -cesó operaciones en 2012- pasó a atacar a Aena, como si de su bestia negra se tratara. El asunto llegó a Bruselas de la mano de algunos eurodiputados, incluyendo al propio Ramon Tremosa, entonces euroelecto por CiU.
En paralelo y de forma silenciosa, se produjo el cataclismo de Aeroports de Catalunya, la red autonómica de aeropuertos sin (casi) aviones. O la insistencia en crear un hub rival de Madrid, pese a carecer de la masa crítica suficiente.
Finalmente, y con el procés enterrado, el soberanismo parece haber entendido (aunque sea empujado por la situación de irrelevancia política en la que se encuentra) que incidir en Aena puede ser otra vía para reforzar El Prat. Y si se trabaja el consenso, ampliarlo.
Vistas las cifras récord y la rentabilidad que está arrojando la ciudad aérea catalana, se antoja una decisión mucho más razonable. Sobre todo si no se quiere desplumar los bolsillos de los ciudadanos con otra aventura de país que tenga más de ensoñación que de plan de negocio.
Lo que linda entre Spanair y la nueva Aena son mucho más que 16 años. Y la designación de Tremosa así lo demuestra.