De Toni Comín sabíamos muchas cosas. Más allá de sus ancestros carlistas y comunistas, su transición desde el entorno del PSC al independentismo más ultramontano dejó a muchos descolocados. Sobre todo entre los socialistas catalanes, a los que trató de hacerles todo el daño posible pese a que le habían regalado durante una década un lucrativo y placentero escaño en el Parlament.
Posteriormente, su etapa al frente de la Consejería de Salud, de la mano de Carles Puigdemont, fue un absoluto desastre. Es lo que suele pasar cuando colocas al frente de uno de los departamentos más importantes de la administración autonómica a un filósofo y pianista sin apenas experiencia en la gestión pública.
Allí se ganó fama de holgazán. Una reputación bien merecida, según algunos que aseguran conocerle. Pero, por suerte, la DUI y el 155 segó abruptamente esa etapa. Y su dedicación a la destrucción de la sanidad catalana no llegó a dos años.
Tras su fuga a Bélgica, se dedicó a lo mejor sabe hacer: vivir sin pegar golpe. En Lovaina ha tenido tiempo para tocar el piano a voluntad desde su regalía de media década como eurodiputado (dicen que en este tiempo ha perfeccionado mucho su interpretación de Un núvol blanc, de Lluís Llach).
Desgraciadamente para él, en los últimos años, se le han acumulado los escándalos. Al pago con fondos del Consell de la República de un viajecito privado en barco, se ha sumado la denuncia de Valtònyc de desvío de dinero del mismo chiringuito a sus bolsillos y la acusación de acoso sexual y psicológico por parte de un exasesor del partido.
Así las cosas, no es de extrañar el estrepitoso fracaso de Comín en las elecciones a la presidencia del chiringuito de Puigdemont. De los 89.474 asociados al Consell, sólo participaron 8.108 (9,06%). Y de éstos, apenas ha recibido 745 votos (es decir, el 9,19% de los votantes, o el 0,83% de los censados).
Todo parece indicar que la buena estrella de Comín llega a su fin y que su futuro apunta a la más absoluta irrelevancia.
Aunque lo razonable es que hubiese terminado con los huesos en la cárcel por ser uno de los dirigentes del procés (así habría ocurrido en cualquier democracia consolidada), y es un tipo odiado a partes iguales por constitucionalistas, socialistas e independentistas, es probable que, al final, se salga de rositas.
No me extrañaría que, una vez se haga efectiva la amnistía, le recoloquen en algún puestecito bien remunerado que le deje tiempo para seguir con sus recitales de piano para sus amigos, conocidos y saludados. Si es que todavía le queda alguno.
En todo caso, Comín ya es una presa menor. Una pieza intrascendente. Y, como decían en el Chicago de finales del XIX y en el de los gángsters, invito a que no disparen al pianista. No vale la pena.
Yo recomendaría apuntar (metafóricamente, por supuesto) a Laura Borràs quien, a pesar de la confirmación de la condena a cuatro años y medio de cárcel por parte del Supremo, me temo que se librará de su merecida temporada entre rejas a cambio de un indulto del presidente del Gobierno que le permita aprobar los presupuestos.
Eso sí que sería bochornoso. Aunque a Sánchez le importe un comino.