El barómetro del Centre d'Estudis i Opinió (CEO) sucede a una reciente encuesta de La Vanguardia. Con pequeñas oscilaciones, ambos trabajos de demoscopia política son coincidentes en tres ideas fuerza.
La primera, Cataluña ha abandonado el pálpito secesionista. El número de catalanes que consideran que el mejor sistema de organización es el Estado propio ha descendido al 30%, el dato más bajo desde junio de 2015, cuando el procés nos incendiaba cada día. Es más, quienes hoy defienden el Estado autonómico son el 34% de los ciudadanos catalanes.
En segundo lugar, el 54% de los catalanes no quieren saber ni oír hablar nada de la independencia. No son independentistas, vamos. Ahora, quienes abrazan esa tesis soberanista son apenas el 40% de la población. De poco han servido los años empleados en cantar las excelencias de la separación. Los partidos que la defendían, aquellos que sostenían que en un referéndum la mayoría de los catalanes diría sí a la ruptura con España, deberían explicar cómo sus partidarios han cambiado de opinión de manera tan rápida y categórica.
La tercera, de menor importancia (pero muy simbólica), es que por primera vez desde hace años los que han respondido las preguntas de los encuestadores son catalanes que respetan y valoran a la persona que hoy ejerce la presidencia de la Generalitat de forma mayoritaria.
Salvador Illa no sólo aprueba en ambas encuestas, sino que existe una tendencia general que valora y aprueba su figura frente a los adversarios. Cuanto más gritan los oponentes, peor nota sacan. Cuanto más populistas, más abajo en la preferencia de los catalanes. Parece lógico, pero hasta ahora no lo era.
Pero, ojo, que hay datos menos optimistas y que, en un análisis sosegado, incluso dan miedo.
Si mañana se repitieran las elecciones, Illa y el PSC sacarían casi el mismo resultado que tienen hoy. Se valora a su líder, cómo gobierna, pero no logra un solo votante nuevo. ¿Quién pierde y quién gana, pues? Junts sigue su descalabro; ERC se mantiene y Comuns, PP, CUP, Vox y Alianza Catalana crecen en preferencia de votos. Especial expectativa es la que tiene Sílvia Orriols y su formación ultraderechista, que podría hasta triplicar los dos escaños actuales de la formación.
La primera lectura de esta encuesta nos dice que los tres partidos del área central de la política catalana (PSC, JxCat y ERC) se estancan o pierden apoyo. Sólo se gana en los extremos, que cuentan con la radicalidad y el populismo como principales armas.
Deberán hacérselo mirar los partidos de la centralidad (de hecho, a JxCat no le fue mal asilvestrarse), y seguro que ante una contienda electoral lo de la moderación y tibieza se rectifica con urgencia. Y el Gobierno del PSC debería entender que no puede ceder determinados espacios de la política más dura a sus adversarios.
Hoy aguantaría el candidato socialista, pero cualquier día Aliança Catalana y Vox pueden resultar determinantes para gobernar. Conviene que Illa y sus peluches políticos aprieten los dientes y compitan para que el discurso sobre la inmigración se desacompleje y puedan entenderlo toda esa caterva de catalanes que confían más en un extremista enaltecido que en un moderado cuando se trata de hablar de emigrantes y delincuentes.