Muchos son los problemas que afrontamos como sociedad, a menudo creados por las clases dirigentes. No vamos a enumerarlos todos para no aburrir. Ya los conocemos. Pero, entre todos ellos, uno de los más relevantes, y a la vez menos recurrentes en la agenda política (ellos sabrán los motivos), es el de la caída de la natalidad.
Por poner algunos datos sobre la mesa. En 2023, nacieron en España unos 322.000 niños, lo que supone el quinto año consecutivo en mínimos y un descenso del 24% en una década. Habría que saber, además, cuántos de ellos son descendientes de ciudadanos españoles y cuántos, de llegados de otros países. No por nada, sino para poner más en contexto estos guarismos y el cambio de paradigma que estamos viviendo.
Por otra parte, cada mujer tenía 2,77 hijos en 1975, y el primero de ellos lo alumbraba a los 25 años. Hoy, a duras penas se supera un bebé por madre y este llega a los 31,6 años de la progenitora, en datos INE. Asimismo, podemos analizar las causas de estas terribles estadísticas para el funcionamiento del sistema que conocemos (y para la conciencia colectiva), como sueldos precarios, vivienda por las nubes, difícil conciliación, nuevos tipos de familia… Muchas cosas influyen.
En algunos casos, hay que mencionar que el egoísmo está detrás de la decisión de no tener descendencia pues, aunque se crea que es una señal de libertad y empoderamiento, no estaría de más asumir que esta es una idea que se nos va introduciendo con mensajes subliminales (y no tanto), como que vida solo hay una y hay que disfrutarla uno mismo, aparcando los problemas. Sí, evidentemente. Pero la vida es disfrute y sufrimiento. Con hijos y sin ellos.
De todos modos, como se ha comentado, son múltiples las causas que hay detrás de la baja natalidad y de la decisión de muchas mujeres de no ser madres. Lo que no se explica es que esta situación alimenta a su vez el egoísmo de la sociedad. Una sociedad que, con todas las excepciones posibles, es cada día más individualista, y más lo va siendo a medida que no tiene de quien cuidar ni amar de una manera incondicional. Solo interesa el yo, el divertimento propio, aunque sea compartido, pero eso son momentos. Es efímero.
Y aquí es donde aparece el siempre peligroso ego, necesario en su justa medida, y que a todos nos complace en algún momento, claro. El médico español Manuel Sans Segarra, el divulgador de la supraconciencia y una de las personalidades del momento, explica que el ego no da la felicidad, sino momentos de placer, y este nos priva de ser libres. Y añade que el ego tiene cuatro armas; se manifiesta a través de ellas: ignorancia, afección por lo material, miedo y egoísmo. Todas se perciben en el descenso consciente de la natalidad. Y así solo podemos ir a peor.