El expresidente de la Generalitat Artur Mas es uno de los tipos que más daño han hecho a la convivencia en Cataluña en lo que va de siglo.

Conviene recordar que fue Mas el que, tras constatar que la crisis económica le impedía gobernar como él había soñado durante la travesía del desierto de CiU -que duró casi una década-, prefirió lanzar un órdago al Estado y activar el procés.

Desde su entorno siempre han reconocido que su objetivo era poner al Gobierno contra las cuerdas y sacar tajada. Pero se encontró con un Don Tancredo enfrente -Rajoy- y no tuvo más remedio que mantener la farsa y acelerar el tren hacia el muro.

En este sentido, doy fe de que son muchos los catalanes que no se explican que Artur Mas no haya pasado una buena temporada a la sombra en Estremera, Lledoners, Brians-2 u otra de las múltiples y magníficas instalaciones similares a tal efecto disponibles en nuestro país.

Y aún más sorprendente es que el Estado ni siquiera haya sido capaz de embargarle el patrimonio por su responsabilidad en los gastos que el procés ilegal nos ha costado a todos los ciudadanos españoles.

Sea como fuere, el hoy ya jubilado Artur Mas es un especialista en hacer daño cada vez que abre la boca (que, por suerte para todos, no ocurre con mucha frecuencia). Y en esta ocasión, la víctima ha sido el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, a quien le ha “reconocido” tener un “talante” convergente.

Hombre. Atribuirle a Illa un “talante” convergente, no es precisamente un halago del que el líder del PSC pueda alardear, sobre todo entre su electorado constitucionalista (que seguro que lo tiene).


Aunque, viendo que Illa va camino de conseguir para la Generalitat el concierto económico que no logró Mas, y que en la práctica descuajaringará el país y lo convertirá en un Estado confederal, quizás lo que rezuma el exlíder de CiU no es más que rabia y envidia desde la papelera de la Historia.