Desde que lo instauró Franklin D. Roosevelt en 1933, a todo presidente se le conceden 100 días de gracia, tres meses, que es el tiempo en el que el Gobierno de turno se supone que traza las prioridades de la legislatura o el mandato –que no necesariamente coinciden con las de su programa electoral, como todos saben–.

Salvador Illa los cumplirá el 17 de noviembre. Falta mucho, aunque el tiempo vuela. Y nadie puede reprocharle que, pese a la cercanía de las vacaciones, no ha tardado ni medio día en ponerse manos a la obra para que Cataluña empiece a caminar de nuevo tras demasiado tiempo en vía muerta. Su actitud ya es mejor que la de sus predecesores.

Ahora bien, algunas de sus primeras decisiones pasan por aumentar el gasto, con la creación de dos nuevas consejerías (a 120.000 euros el salario de conseller) y todos sus equipos, y el blindaje del monolingüismo en catalán, ya sea por convicción o por interés –las dos opciones son igual de sobrecogedoras y se alejan del discurso de que quiere gobernar para todos los catalanes–.

llla, ganador con holgura el 12M, pero sin mayoría, ha hecho enormes concesiones al nacionalismo catalán excluyente para llegar a la Generalitat. Desde cambiar de opinión –porque él dice que no miente– con la amnistía hasta firmar un pacto con ERC que incluye una “financiación singular” para Cataluña y una consejería del catalán –cuyo conseller, Francesc Xavier Vila, se niega, desde el minuto uno, a responder en castellano a quien se lo requiere–.

También ha asumido Illa como propio el relato del independentismo, supongamos que por eso de que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición. El president, que se ha olvidado de combinar catalán y castellano en cuanto ha llegado al Palau –otro de los acuerdos firmados con los republicanos–, habla sin tapujos de “nación catalana”, de catalán como “lengua propia” y del idioma como “columna vertebral” de Cataluña.

Por lo tanto, tampoco se espera que el Govern de Illa saque del cajón las resoluciones judiciales que protegen el bilingüismo en la enseñanza catalana y que el independentismo –con la complicidad de PSC y PSOE, pero también del PP con anterioridad– se ha negado a aplicar en los últimos años.

Habrá que esperar hasta el 17N para ver si Cataluña empieza a remontar en los asuntos que preocupan a la ciudadanía; por ahora, el nuevo Ejecutivo adopta el relato nacionalista en sus principales reivindicaciones: lengua y economía.