La semana que comienza será crucial para determinar si Cataluña vuelve a votar o tiene presidente al comenzar el curso. Los negociadores del PSC y ERC tienen en sus manos conseguir un principio de acuerdo que pueda ser validado por las bases republicanas y genere el mínimo sarpullido entre militantes y simpatizantes socialistas. De los últimos contactos que van a tener lugar emanará la resolución a un sainete que, más allá de provocar hilaridad y compasión a partes iguales, permitirá saber si la provisionalidad continúa.

La situación de ERC es hoy semejante a la sociología catalana. Partido roto en mil pedazos, sin ningún liderazgo claro, y aún prisionero de su pasado asambleario. Son cualidades propias. Al dantesco diagnóstico interno hay que sumarle el boicot que los partidarios de Carles Puigdemont (en Junts o en la ANC, Òmnium…) realizan desde fuera del partido para obstaculizar la investidura de Salvador Illa y poner en aprietos a Pedro Sánchez.

En ese marco, solo Junts y Aliança Catalana están realmente interesados en regresar a las urnas. A los primeros, que no mejorarían su posición, les validaría la política de bloqueo permanente ejercida desde que el prófugo de Waterloo tomó las riendas de los restos del nacionalismo moderado. A los segundos, una suerte de ultraderecha con barretina, les permitiría crecer en representación parlamentaria. 

A ERC no le conviene otra convocatoria. No tienen candidato, están pendientes de ver qué persona, facción o grupúsculo acaba con el control del timón interno. Perderían diputados si se vota de nuevo y solo lograrían aplazar unos meses más la decisión de si apoyan a Illa o le dan pábulo al heredero de CiU. Las posibilidades de poner orden en la casa también se verían demasiado influidas por una campaña electoral que caería semanas antes del congreso del partido que debe resolver su crisis.

Sin embargo, la presión de Puigdemont y los suyos sobre los diputados republicanos atemoriza. Apoyados en las asociaciones de la supuesta sociedad civil nacionalista, los de Junts amenazan a ERC para que no invista al presidenciable socialista. Como último elemento, a modo de campanazo, ponen en el escenario el regreso de su líder para ser apresado por la justicia y obligar a los republicanos a votar la investidura con un expresidente en la cárcel.

Los de ERC deben decidir entre susto o muerte. Elegir si ejercen de pusilánimes o de botiflers a ojos de la opinión pública nacionalista. Hete aquí el fondo de la cuestión que se dirime en los próximos días. La bautizada como financiación singular, los compromisos de Madrid con las infraestructuras y recursos para Cataluña son en el fondo obstáculos salvables, pero que serán utilizados como arma arrojadiza en un sentido u otro, según cuál será la postura final.

Junts se juega su futuro en unos días y ERC tiene la llave. Según operen los republicanos, sus competidores nacionalistas podrán perseverar en un bloqueo que favorece su filosofía de confrontación o acabarán en la sombra de la política catalana con Illa en la presidencia.

Y todo ello con Puigdemont, Toni Comín y Lluís Puig como los únicos fugados vinculados al proceso secesionista a los que la ley de amnistía deja fuera de juego de manera momentánea. Ese error estratégico del arrogante picapleitos palomitero de Puigdemont no formaba parte de las astucias nacionalistas con las que nos han obsequiado en los últimos tiempos.

A finales de esta semana sabremos si Cataluña continúa medio año más sin gobierno efectivo o el nacionalismo abandona un tiempo el poder ejecutivo. Es lo único cierto a día de hoy, que nada está cerrado y que olivo y aceituno todo es uno.