Las reacciones a la muerte de Marta Ferrusola dan buenas pistas sobre el personaje. Transcurridas 24 horas de su fallecimiento, no acierto a ver ni un elogio hacia su persona en los medios de comunicación ni en las redes sociales. Ni siquiera de los suyos, que se limitan a decir que quería mucho a Cataluña y que estuvo siempre al lado de su marido, Jordi Pujol, hasta en los momentos más difíciles.
El tratamiento de su muerte no deja de ser curioso, pues cuando alguien deja el mundo terrenal acostumbran a destacarse sus bondades. El refranero popular lo llama día de las alabanzas. No es el caso de Ferrusola, que hizo amigos en todos los ámbitos.
Años atrás, en TV3, dio un bofetón con la mano abierta a los homosexuales, de los que dijo que no es que tengan “una tara, un defecto o un vicio, sino que a veces es una cosa conjunta”, que forman parte “de otro mundo”.
También la tomó más adelante con los inmigrantes, en especial los musulmanes, por el peligro que pueden suponer para la sociedad catalana, y por las ayudas “para una gente que no sabe ni lo que es Cataluña”, en referencia a “marroquíes, magrebíes…”. “El que se quede en Cataluña que hable catalán, porque el castellano sí que lo hablan”, manifestó.
Tampoco le gustó que “un andaluz que tiene el nombre castellano” (José Montilla) fuera presidente de la Generalitat. “Y, además, pienso que el presidente de la Generalitat debe hablar bien el catalán”, añadió.
Por no mencionar los negocios opacos que hizo con el Govern por medio de su empresa de jardinería, los tejemanejes de las cuentas de la familia en Andorra, donde ella se hacía llamar “madre superiora”, y los desprecios a la prensa: “Vagi a la merda!”.
Su trastorno neurológico progresivo la libró de rendir cuentas ante la justicia por la causa sobre el clan Pujol, que sigue pendiente de juicio 12 años después del inicio de las investigaciones, pero la historia se encargará de colocarla en el lugar que le corresponde.