Carles Puigdemont no ha sido capaz de presentarse como candidato a la investidura, pero pretende hacernos creer que sí está dispuesto a presentarse a la investidura de Salvador Illa para ser detenido por las fuerzas del Estado. Esta es la máscara que portará el expresident de la Generalitat durante las próximas semanas, acompañado por un siempre astuto Josep Rull.

"La policía, mientras yo sea presidente del Parlament, no entrará a detener o retener a nadie. Y si lo tiene que hacer, al primero que tendrán que detener es a mí mismo”. Con esta frase, Rull pareció querer defender el honor y los derechos de quien presidió la Generalitat hasta la aplicación del artículo 155, pero solo se estaba sumando al teatro de máscaras romanas de Puigdemont para recordar a los catalanes que ahora ellos son el partido alfa del independentismo en caso de repetición electoral.

Pura tragedia de la segunda autoridad en Cataluña y, no menos importante (aunque muchos lo hayan olvidado), candidato número tres de Junts a las elecciones catalanas del 12 de mayo. Porque sí, ante un cabeza de lista virtual que no se presentó en Cataluña durante la campaña, ni el Día-D ni como candidato a la investidura bajo otro teatro, que Illa regalaría la abstención a su némesis para dejarle continuar con el procés; Rull fue el verdadero candidato de Junts el pasado 12M, con permiso de una desaparecida Anna Navarro Schlegel.

El único hombre capaz de contentar a los que anhelan a la antigua Convergència mientras envía señales de humo al independentismo pata negra visitando fugados de la justicia en el extranjero o sacrificándose por sus compatriotas a las puertas del Parlament. Una representación de dioses y héroes para inaugurar el nuevo ciclo de la política catalana con un mes de agosto para el Olvido.

Porque de eso va este verano para Junts. De sostener la máscara de Puigdemont para que siga ejerciendo su hiperliderazgo como si no hubiera prometido que, si no le daban los números para ser president, dejaba la política. La investidura nunca importó desde el momento en que en la noche electoral PSC, ERC y Comuns alcanzaron la cifra mágica de 68 diputados. Una mayoría absoluta que podría esfumarse si se opta por volver a lanzar los dados el próximo otoño.

Las máscaras romanas de Rull y Puigdemont pretenden distraer a los votantes del 12M de que Junts es un gigante con pies de barro. Uno que peligra derrumbarse en el momento en que Illa consiga desbloquear su investidura. Pero los cuadros de Junts que se encuentran entre bambalinas bien saben que hay otros espectadores en la grada a quien merece aún más la pena impresionar: los republicanos cuyo temor puede devolvernos a las urnas el próximo 13 de octubre.