Suenan campanas de repetición electoral en Cataluña. La opción de volver a las urnas en octubre tiene hoy una ligerísima ventaja sobre la investidura de Salvador Illa, ganador con holgura de los comicios del 12M. Si eso sucede, asumiremos resignados, una vez más, que los políticos de nuestros días son unos estafadores. Pero, como se suele decir, la política no deja de ser un reflejo de la sociedad.

Los tramposos siempre van uno o dos pasos por delante de la regulación de cualquier tipo. La tecnología incrementa la velocidad y el radio de acción de los maleantes, cada vez más profesionalizados, cada vez más grandes. El ordenador de bolsillo (el móvil, al que la RAE debería actualizar su definición) nos da mucho, pero también nos quita. Nos quita tiempo, sueño, atención e interacción social… y a través de él nos pueden quitar todos los ahorros.

Hay que andarse con mucho ojo. Las estafas llegan por tierra, mar y aire y cada vez son mejores. Seguro que muchos lectores han recibido algún correo electrónico de un ser desconocido que amenaza con publicar un supuesto vídeo sexual suyo y enviarlo a todos los contactos si no hace un pago en criptomonedas en 48 horas. Es todo mentira, pero habrá quien caiga. Ante todo hay que mantener la cabeza fría y siempre sospechas y hacer las comprobaciones pertinentes. En internet se puedan encontrar respuestas.

Los estafadores también usan las redes sociales para captar a los pobres incautos, ya sea con supuestos artículos en los que se promete ganar mucho dinero casi tumbado en la cama o incluso con engaños por privado o por whatsapp, más sofisticado. Las mafias bien prometen trabajos muy bien remunerados de forma individual o directamente crean grupos de decenas de personas en los que, por ejemplo, dicen asegurar unos ingresos regulares a cambio de hacer reseñas en Google Maps. En esos grupos también hay ganchos, que comparten pantallazos del supuesto dinero que les han ingresado tras seguir las instrucciones.

Después están las llamadas. O falsas llamadas. Ni cortos ni perezosos, los delincuentes enchufan una grabación en nombre de TikTok o de Booking, por poner dos ejemplos, que se reproduce de forma automática en el momento de descolgar el teléfono.En esos casos, bien pueden prometer pingües ingresos si se realiza alguna función específica o te dicen que has ganado un premio en metálico, pero que es mejor hablarlo por whatsapp. Es tremendo.

Aunque una de las estafas que más miedo dan es aquella en la que, de algún modo, los facinerosos suplantan tu número de teléfono y llaman con él a otras personas con fines perversos y escurrir el bulto sin dejar rastro. Se llama ID spoofing y, por explicarlo de un modo sencillo, es como si en el momento de telefonear a alguien pudieras modificar el número que aparece en la pantalla del receptor. Cada vez hay más casos de esos. Y poco podemos hacer. Qué lástima que desarrollen su ingenio para hacer el mal.