BBVA se ha lanzado de forma sorpresiva a por el Banco Sabadell. Carlos Torres necesitaba como agua de mayo una operación de este perfil. La entidad ganará volumen, sí; a la vez, el primer ejecutivo podrá imponer su sello en un mandato en el que aún está muy presente la sombra de su predecesor en el cargo, un FG que salió por la puerta de atrás del grupo financiero.
Torres ha dado un paso lógico. Ha desempolvado una absorción que permitirá que BBVA gane dimensión y jugará en casa. Las zozobras que sufre de forma cíclica en Turquía demuestran que no se le dan demasiado bien las operaciones más allá de nuestras fronteras y el Sabadell es, realmente, un caramelo. César González-Bueno ha saneado y rentabilizado la entidad, y sus previsiones son optimistas.
La adquisición tal y como está planteada tiene poco recorrido. El consejo de administración del Sabadell aún se debe pronunciar, pero la frialdad que ha mostrado hasta la fecha da pistas del camino qué seguirá. BBVA no se lo ha puesto fácil; ha remitido a Sant Cugat del Vallès (Barcelona) un documento con las condiciones cerradas, sin espacio para sus ejecutivos en la cúpula de la entidad resultante y con una rentabilidad líquida limitada. Lo más seguro, y así lo ven los analistas, es que la operación de canje mute a una OPA hostil.
La calma chicha que se vivió en el parqué el viernes anticipa que ocurrirán cosas. Torres no tiene demasiadas alternativas si quiere evitar una crisis reputacional sin precedentes en BBVA. Para conseguir su objetivo, cuenta con una gran baza a su favor: el Sabadell es un banco sin dueño. Su accionariado está copado por inversores que tomaron posiciones en el momento más aciago de la entidad y se han encontrado con una plusvalía que esperaban en proyecciones optimistas y a largo plazo. Y puede ir a más si se tiene que dar una vuelta de tuerca a la operación.
La absorción del Sabadell tiene lógica desde el punto de vista financiero, pero es una mala noticia tanto para los clientes como para la economía catalana y española. Se perderá una entidad saneada, con una oferta de productos y servicios muy bien posicionada en el segmento de empresas, tal y como han recordado las patronales catalana y valenciana, y con arraigo en el territorio.
Banco Sabadell es de esas entidades que sí revierte parte de sus beneficios en los lugares donde opera. No se limita a recoger los frutos de la actividad bancaria tradicional como ocurre en el caso de BBVA. Esta entidad ya mostró en las primeras oleadas de la concentración financiera de España que no habían venido a este mundo para la obra social.
Se quedó a precio de derribo dos cajas quebradas catalanas, CatalunyaCaixa y Unnim, y se emplearon a fondo en digerir la integración y exprimir el negocio. En cuanto a su papel en Cataluña, siguen al frente de la Pedrera y poco más. Entienden que las relaciones institucionales no se hacen colaborando con torneos de baloncesto infantiles, sino con acciones con más relación con la estrategia de márquetin que la de RSC. Nada hace pensar que esto vaya a cambiar tras absorber al Sabadell.
En tiempos pasados, operaciones de este perfil eran contestadas por movimientos de la mal llamada sociedad civil. Incluso existía una clase política capaz de mover las fichas necesarias para articular escenarios alternativos que blindaran a una de las firmas claves para la fortaleza de la economía catalana.
Pero han pasado los años. BBVA ha lanzado su órdago cuando el Sabadell tiene la sede social en Alicante y Cataluña está inmersa de nuevo en un proceso electoral. Torres se ha ganado advertencias más o menos tibias de que debe respetar la plantilla. Preservar la influencia económica de Cataluña, la gran cuestión de fondo, es un tema que ni siquiera ha entrado en campaña. Es probable que Banco Sabadell desaparezca. Tanto, como que la clase política hará entonces aspavientos por una absorción ante la que se puso de perfil.