El poder desgasta al que no lo tiene. Esta frase de Giulio Andreotti resume a la perfección los últimos años de Junts, que ha pasado de gobernar la Generalitat durante décadas bajo el liderazgo de Jordi Pujol a compartir el poder con ERC y, finalmente, cederle a los republicanos el trono de la presidencia.

Con poder se implementan políticas que transforman la sociedad catalana. Con poder se reparten subvenciones a organizaciones afines. Con poder se contratan cargos y asesores que mantienen engrasado el partido. Con poder se tejen redes de influencia que te permiten volver a ganar en las urnas, y aumentar dicho poder.

A todo ello ha ido renunciando Junts. A veces de forma involuntaria, como cuando perdió las elecciones ante Salvador Illa y Pere Aragonès. Otras veces de forma voluntaria, como cuando se inmoló rompiendo la coalición con el republicano y abandonando las dependencias de la Generalitat. O cuando fue incapaz de reeditar el gobierno de la Diputación de Barcelona con el PSC, que tantas alegrías le habría dado en tiempos de vacas flacas.

Ser indepes pata negra y que la ANC no te silbe en la Diada por encima del poder de gobernar a los ciudadanos. Hasta que las elecciones generales del 23J sacaron a Carles Puigdemont de la irrelevancia para ponerlo ante los focos de Madrid, donde los suyos han vuelto a pisar moqueta gracias a la estrategia del peix al cove.

Como a cualquier exfumador, al fugado le ha bastado una calada para echar por tierra años de abstinencia y, ahora, no ver con malos ojos aquello de gobernar e influir. Vamos, que está a un palmo de darle la razón al sector moqueta del partido, los que quieren regresar a la Generalitat pactando con el PSC si fuera necesario. Y lo mismo valdría para el Ayuntamiento de Barcelona.

Claro que, para eso, Junts no puede echarse al monte de Ripoll y copiarle el discurso a Sílvia Orriols, porque entonces tapará algunas fugas de voto a costa de alimentar un tripartito que quiera tomar distancias de cuestiones tan peliagudas.

Y eso dejaría sin dormir a más de un convergent. Porque el procés engancha, pero pisar moqueta engancha mucho más.