La polifacética Pilar Rahola es también ahora pitonisa, pero de las de renombre, a la altura del periodista Tomás Roncero y del maestro Joao; esto es, ocurre todo lo contrario de lo que vaticina. Y la hemeroteca es muy caprichosa, incluso la de aquellos programas o televisiones que ya no existen, como 8TV. Hace un año, nuestra escritora, tertuliana y rompecamas de cabecera predijo tres cosas en clave política para el 31 de diciembre del 2023, que quedaron registradas en el Twitter de la fallida cadena. No ha dado ni una.

En primer lugar, aseguró que Carles Puigdemont no seguiría en el exilio. Bueno, puede que ya no lo esté, que siga en Waterloo no por motivos de fuerza mayor, sino por gusto, de turismo. Y es que, visto su compadreo con Pedro Sánchez, es posible que si se acerca por España antes incluso de la aprobación de la ley de su amnistía no le pase nada. Eso sí, lo que no vio venir la pitonisa era que su considerado president rebajaría una marcha su radicalidad y pactaría con el PSOE para investir, de nuevo, al hombre que cambia de opinión constantemente y sin despeinarse.

El segundo augurio de Rahola era que Pere Aragonès ya no sería presidente de la Generalitat el 31 de diciembre. Y no solo continúa en el Palau, sino que pronunció el tradicional discurso navideño-independentista –pocos días después de reunirse con Pedro Sánchez–, aunque casi nadie perdió el tiempo en sintonizar TV3 a esa hora de Sant Esteve. No obstante, es posible que el republicano adelante las elecciones catalanas y se marche de la plaza Sant Jaume en este 2024. En ese caso, vamos a darle a Rahola un margen de error de un año, que en política es una eternidad.

Y el tercero tiene que ver con los dos anteriores: “Pedro Sánchez no será presidente del Gobierno”. Lo es, y precisamente porque Puigdemont continúa en el exilio y Aragonès, nieto de un alcalde franquista, sigue atornillado a la Generalitat, lo que les ha permitido, cada uno desde sus posiciones, chantajear al secretario general del PSOE, que no tiene reparos en vender su alma al diablo si ello le juega a favor. Por cierto, qué piel más fina tiene el presidente de la nación, indignado porque unos descerebrados que no tenían mejor cosa que hacer en Nochevieja apalearon una piñata que lo representaba. No se indigna tanto cuando los agredidos son otros (quema de fotos del Rey, por ejemplo).

Hablando de Nochevieja y de año nuevo. Ninguno de los primeros bebés nacidos en las distintas regiones sanitarias de Cataluña es de familia autóctona (los nuestros, Grau, Marc, Víctor, llegaron unos minutos después). Es más, algunos de esos padres visten trajes que, pese a la mezcla que tenemos, resultan aún chocantes y exóticos. Así que no está mal ver a los ultranacionalistas echar espumarajos por la boca porque esta invasión silenciosa supone, dicen alarmados, casi el exterminio de la raza catalana. Andan desesperados por las redes sociales y los foros, lamentando la baja natalidad de los catalanes de sangre pura y limpia y lo fácil que lo tienen los nouvinguts para procrear.

Y dejando al margen el racismo y la xenofobia que se aprecia en este nacionalismo, sí que debería llamar la atención de quien la tenga que llamar por qué está bajando la natalidad en picado de la población autóctona. ¿Es por los bajos salarios? ¿Porque es imposible acceder a una vivienda? ¿Porque necesitamos más comodidades que los recién llegados para vivir con cierta dignidad? ¿Porque la incorporación al mercado laboral es cada vez más tardía? ¿Porque no nos gusta el compromiso? ¿Por un cambio de la mentalidad, que antepone el disfrutar sin asumir demasiadas responsabilidades? ¿Por todo ello y más cosas? Sea lo que sea, incentiven la natalidad, aunque sea por el mínimo mantenimiento del Estado del bienestar. Una población envejecida, sola y sin recursos se encamina a la extinción.