20 de diciembre de 2018. Pedro Sánchez se reúne con el president Quim Torra en el Palau de Pedralbes entre fugaces rosas amarillas, convenientemente sustituidas por rosas rojas, y una poderosa narrativa a favor del deshielo entre Cataluña y España. La llamada declaración de Pedralbes, conjunta entre el Gobierno y el Govern de la Generalitat, asume la existencia de un conflicto político y la necesidad de articular una respuesta dentro de la legalidad.
Lo que hoy se vende como la gran traición del presidente Sánchez a todos los españoles --fruto de una negociación a dos bandas con Junts y ERC--, también provocó que la derecha y el independentismo encendieran las antorchas hace cinco años. Con Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal dando la batalla en el Congreso y las entidades independentistas haciendo lo propio en la calle.
Un día después de Pedralbes, el 21 de diciembre, el presidente del Gobierno reúne a sus ministros en la Ciudad Condal. El movimiento independentista, aún musculado debido a lo reciente de los acontecimientos de otoño de 2017 y el periplo judicial de los mártires del procés, logra movilizar en las calles a miles de personas bajo el lema Tumbemos el régimen.
Adoquines y cócteles molotov. Violencia callejera. Los independentistas claman contra la represión del Estado mientras un Govern desorientado intenta transitar de la unilateralidad al diálogo sin cometer el único pecado imposible de perdonar: la traición a la patria catalana. Lo que viene siendo el botiflerismo de toda la vida.
Hoy, con diferentes protagonistas, pero con el mismo miedo, algunos dirigentes de Junts todavía buscan transitar hacia el diálogo y el pacto. Pero las cosas han cambiado desde Pedralbes.
ERC y Aragonès llevan la ventaja de quien ya se atrevió a saltar al vacío en el pasado. Las entidades independentistas serían hoy incapaces de sacar 40.000 personas a la calle, como hicieron el 21 de diciembre de 2018, según datos de la Guardia Urbana, y ahora es la ultraderecha la que persigue al presidente del Gobierno y se ha aficionado a la violencia callejera en los albores de la medianoche, siempre que lo merezca la ocasión.
Que todo cambie para que todo siga igual. Sánchez sigue dialogando con los partidos políticos catalanes para proteger su mayoría parlamentaria y gobierno progresista, la derecha (antes tres partidos, ahora dos) sigue anunciando el fin de España y, no menos importante, el independentismo está más débil que nunca y ha de contentarse con la amnistía para su elite dirigente y un "compromiso histórico" que suena, no nos engañemos, a las mismas mesas de diálogo de siempre. Aunque ahora sean en Bruselas y llamen a un testigo.
21 de diciembre de 2023. El presidente Sánchez visitará oficialmente al president Aragonès, cinco años después de que el independentismo incendiara las calles en lugar de asumir lo que todos sabían, pero nadie se atrevía a verbalizar; que el procés había llegado a su fin.
Esta vez no veremos fuego y cenizas, pero sí oiremos las mismas cantinelas de quienes continúan en su travesía hacia el diálogo y de quienes aún palidecen su propia travesía del desierto, lejos del poder de la Moncloa. Y Aragonès, como Torra, centinela en un palacio que lleva años sin rey.