Esta semana nos ha dejado Joan B. Culla. Y, como era previsible, se han publicado numerosos artículos alabando su figura, especialmente como historiador, como profesor y como sionista.
Pero Culla también deja otro legado menos brillante.
Yo coincidí con él en alguna tertulia en TV3. Y mi experiencia personal me lleva a concluir que Joan Baptista Culla Clarà era un personaje que no toleraba la discrepancia. Sobre todo respecto a su visión nacionalista de Cataluña.
Para Culla, declararse en contra de la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán era casus belli. No aceptaba ni una asignatura en español. Ni una concesión a los catalanes castellanohablantes. Ni un palmo de terreno para los no nacionalistas.
El profesor justificaba la necesidad de mantener la discriminación a los castellanohablantes en las escuelas por “los efectos todavía no desaparecidos del todo del franquismo” y porque más recientemente había llegado una “nueva inmigración” masiva fundamentalmente de Sudamérica y el Magreb.
Una frase resume el pensamiento de Culla en este ámbito: “Los que rechazan la inmersión lingüística tienen la sensación de que a los castellanohablantes se les roba el alma, se les obliga a renegar del castellano. Esto es delirante, es de psiquiatra”. “No se les ha robado el alma”, “no es una forma de tortura”, añadía irónicamente.
Lo cierto es que Culla veía franquistas y fascistas por todas partes. Y así lo dejó escrito en sus artículos, especialmente durante la parte más intensa del procés. Un proceso secesionista unilateral que él apoyó sin contemplaciones desde las páginas de El País hasta dos días antes del 1-O. Literalmente, dos días antes.
Su último artículo en el diario del grupo Prisa se publicó el 29 de septiembre de 2017. Luego le echaron del periódico con el que llevaba varias décadas colaborando por su radicalización. Y continuó su activismo nacionalista en el Ara.
Ese camino hacia el extremismo lo hizo de la mano de Jordi Pujol. Y es que ya en los años 80 participó en la fundación pujolista ACTA, junto a Pilar Rahola, Vicenç Villatoro, Salvador Cardús y Josep Maria Solé Sabaté, entre otros rostros mediáticos del movimiento nacionalista catalán. Y fue debidamente premiado con programas e infinitas (y suculentamente pagadas) tertulias en TV3.
En sus últimos años de vida, no era extraño que sus intervenciones –escritas y orales– sobrepasaran los límites de la decencia más elemental. Lo mismo te acusaba de “manipulador” en directo en la tele autonómica por criticar sus planteamientos nacionalistas (en ocasiones, incluso rozando el etnicismo) o tildaba a Crónica Global de “digital ultraunionista”, que equiparaba la respuesta del Estado al procés con el franquismo.
Joan B. Culla ha sido, sin duda, uno de los personajes públicos que más han contribuido a destruir la convivencia en Cataluña en las últimas décadas.
Descanse en paz.