Un estudio científico australiano publicado en la revista PNAS ha confirmado una cuestión que se venía sospechando y a la que este trabajo pone cifras: las nuevas generaciones (a partir de 1990) tienen peor salud mental. Una situación que afecta a los jóvenes de toda clase y condición… de los países desarrollados. Los que, en teoría, lo tienen todo. Pero no son felices. Y son muchas las razones que nos han llevado a este escenario, aunque ninguna concluyente, bien que el sentido común sugiere que sí lo son.

Una parte de los milenials, así como los Z y los Alfa son los principales afectados de este deterioro de la salud mental. Dicho de otro modo: los (supuestamente) más preparados, aquellos a los que no les falta de nada y lo tienen todo al alcance de la mano, están tristes, depresivos, frustrados, porque el mundo es muy frustrante, aunque desconocen el significado de esa palabra, de ese estado de ánimo de insatisfacción, pues viven y crecen hiperprotegidos, entre algodones. Es una generalización, pero también es una tendencia y una evidencia. 

Es cierto que el presente es desalentador, y que estas generaciones viven en un contexto de crisis económica permanente. No conocen otra realidad que los recortes, la inflación, el encarecimiento de la vida, inasumible con los sueldos actuales. Sufren en primera persona las consecuencias de la coyuntura económica. Viven al día, que es distinto que vivir el momento. Y tienen menos libertades.

A esta ecuación hay que añadir las redes sociales, esos inhóspitos lugares en los que los usuarios ven, entre vídeos y fotografías que solo hacen que aborregarnos y quitarnos tiempo, que es posible ser un influencer por la gracia de Dios y ganar seguidores con cualquier basura. Ojalá fuera todo tan fácil. Las pantallas y estas plataformas son otro de los motivos del empeoramiento de la salud mental.

Además de buena fuente de atontamiento (sin obviar que en ellas hay cosas muy interesantes), las redes sociales también lo son de crispación, de acoso, de ataques gratuitos, de insultos, y de golpe a la autoestima si no se reciben los likes o los comentarios deseados. Un horror. Todo suma.

En el fondo, podríamos llamarlas redes antisociales, pues es lo que son, nos deshumanizan, nos distancian los unos de los otros, ¡con lo importante que es para la humanidad el contacto físico y hablar en persona! Los bebés nacen hoy con una tableta debajo del brazo, para que no molesten, sin la atención necesaria de sus padres, sin ese cariño esencial. ¡Cómo van a ser felices en el futuro!

Vivimos en un mundo ficticio, en una simulación, en la que cuesta discernir lo real de lo que no lo es. Cada vez será más difícil. Un mundo gobernado por políticos que miran más por ellos mismos que por el bien común, con muchas fake news, manipulación, propaganda y desinformación, con mentiras en las redes…

Si no estamos preparados, si no abrimos los ojos, vamos a vivir sumidos en la infelicidad. Por fortuna, algo empieza a cambiar y, al menos, muchos padres se están movilizando para que sus hijos tengan acceso al primer móvil cuanto más tarde mejor. Pero la mejora de la salud mental no tiene solución a corto plazo. Algo debe cambiar, y ese algo empieza por tomar conciencia.